La deriva argentina: hacia un “Estado de malestar”.
Durante muchos años, sino décadas, Argentina optó por anteponer lo «urgente» a lo importante. Lo que esto último, en realidad, implica; es el darle prioridad – casi absoluta, en el caso argentino – al corto plazo, sobre el desarrollo sólido, genuino y consistente. Tal desarrollo, por otra parte, logró ser alcanzado, otrora, por el país: entre sus puntos más destacados podemos mencionar una economía estable y en ascenso, un nivel de alfabetización de los más elevados del continente y, también, un nada despreciable avance técnico vinculado, principalmente, a la agricultura y la ganadería. Y es que, hasta bien entrado el siglo XX, el panorama argentino era muy distinto al actual.
Hacia fines de siglo XIX, en Argentina, las cosas eran muy diferentes: la nación sudamericana era equiparable, en más de un aspecto, a nada más ni nada menos que los Estados Unidos de América. El proyecto de país de la llamada “generación del 80” daba sus frutos. Proyecto basado, en buena medida, en una síntesis entre el liberalismo económico, el cual buscaba la inserción de la joven nación en el orden económico internacional; acompañado de un fuerte conservadurismo de tipo político, el cual funcionaba en un contexto de democracia restringida y fraude electoral recurrente. No obstante, ésto no duraría demasiado: las propias contradicciones del modelo (especialmente en lo relativo a la praxis política) así como el creciente pedido de mayor participación, y transparencia electoral; darían fin al exitoso – pero endeble – “Orden Conservador”.
El siglo XX fue, claramente, un siglo donde el conflicto y la inestabilidad – ya sea económica con la crisis del 29’ o política con ambas guerras mundiales y, posteriormente, la Guerra Fría – serían protagonistas. Argentina, en ese sentido, no sería la excepción. Durante gran parte del siglo XX, el país sufriría de una agitación, incertidumbre e, incluso, violencia considerables.
Por otro lado, el país, y la sociedad, verían el ascenso del movimiento populista más extendido, a la fecha, en Occidente: el peronismo. De su mano, la retórica nacionalista calaría hondo en amplios sectores sociales, mientras que el proteccionismo económico y el modelo de industrialización por “sustitución de importaciones” reemplazarían, en gran medida, a las tesis anteriores basadas en el pensamiento liberal.
Nuestra Historia reciente, por otro lado, dista mucho de aquella época en la cual el país era llamado “el granero del Mundo”: la inestabilidad económica, violencia política, el atraso tecnológico y uno de los peores sistemas educativos del continente; son las muestras más claras de una decadencia continua, y de tipo estructural, que nos azota desde hace más de 70 años. Decadencia que, hoy por hoy, no hace más que agravarse.
Pero, ¿cuál es el motivo de tal debacle? En mi opinión, a la respuesta hay que buscarla, por un lado, en la cultura y en las ideas y, por el otro, en las instituciones y en la forma de hacer política. Y es que, de la cultura del esfuerzo, el ahorro y el elevado respeto a la libertad individual, así como la creencia en la forma de gobierno republicana y democrática como la más adecuada de las existentes; pasamos al facilismo, cortoplacismo, paternalismo de tipo estatal – con el autoritarismo que éste implica – y al descrédito, en parte, de ciertos fundamentos sobre los que se basan buena parte de las repúblicas. Entre ellos, la división de poderes, la libertad de expresión, la libertad de imprenta, de conciencia y de culto, así como la creencia – muy extendida en los ambientes académicos – en que el sistema democrático no es más que una “fachada” utilizada por el capitalismo/imperialismo para imponer sus condiciones y reglas.
Argentina, todavía hoy, está a tiempo de cambiar la historia. Para ello, no obstante, deben ocurrir algunas cosas. Entre las más importantes destacaría, por un lado, que haya un importante cambio de mentalidad y un rechazo – mayoritario, al menos – de las obsoletas y anacrónicas ideas que, aún hoy, encuentran eco en la sociedad argentina. Por el otro, debe existir una renovación palpable en nuestra clase política y en buena parte de los mecanismos institucionales que permiten el funcionamiento de la república.
Ahora bien, lo anterior puede parecer difícil, fuera de alcance o hasta imposible, lo sé. Pero, tal como le expresó José de San Martín, uno de los próceres argentinos, a Juan Martín de Pueyrredón cuando éste, reclamándole la ayuda prestada, le dijo que cruzar los Andes era imposible: “Usted tiene razón. Lo que yo quiero hacer es imposible. Pero es indispensable”. Es así que, a mi juicio, cambiar el rumbo de este país es, aludiendo a San Martín, indispensable.
Texto: Damián Martínez