¿Qué sucede con el discurso político en España? Degeneración y crisis

Son tiempos difíciles en España. El diagnóstico nacional puede hacerse en clave económica, pero urge enfocarse en otra dimensión. Las contradicciones políticas carecen hoy de un conductor que viabilice su resolución, por lo que el lenguaje utilizado evidencia la crisis política. A falta de Cánovas y Sagasta, tenemos a Iglesias, Sánchez, Arrimadas, Casado, y Abascal…para bien y para mal.

El discurso político español ha empeorado, eso lo nota cualquiera que se tome unos minutos para analizarlo. No solo pierde notablemente en cuanto a retórica y oratoria, la forma, sino también en los contenidos, el fondo. Hace menos de una semana, presenciamos los debates en el Congreso de los Diputados, en los que entre distintos toma y dame, el vicepresidente de Gobierno entró en duelos con portavoces del Partido Popular y VOX. Allí, entre recriminaciones y acusaciones sobre el pasado y presente, casi se podía ver cómo la chulería daba la bienvenida al odio y el conflicto, que entraban por la puerta para quedarse.

Carl Schmitt identificó brillantemente la lógica inherente a la política, que definió como la distinción amigo-enemigo. Sin embargo, a pesar de la certeza de Schmitt, la esencia de la política es la ausencia de violencia física, así como la búsqueda de fórmulas no violentas para definir fines y tomar decisiones para alcanzarlos. Todo ello, marca con claridad la frontera entre la política y la guerra.

Hoy, no hay medio de comunicación o conversación de cafetín en la que no se trate la situación deplorable en la que se encuentra España. Existe consenso en torno a la grave crisis que azota al país, sin embargo, cuando miramos hacia la cotidianidad de lo político, se percibe una degeneración en aquello que le caracteriza y viabiliza. Lo más grave de todo, no parece haber solución a la vista.

Es cierto que en el contexto nacional, se percibe una predisposición a un cambio profundo. Tras décadas de operación del consenso en medios de comunicación y sistema educativo, pareciera que ha llegado el momento de que se produzca una transformación general del régimen político y del ecosistema legal predominante. Es el nuevo “Regeneracionismo”, al que gustaría llamarse revolución, sazonado con el resentimiento heredado de un pasado no vivido, pero martillado sin cesar por los medios de producción y reproducción de conciencia (a decir de Gramsci).

Afortunadamente, España también ha conocido cierto desarrollo del Estado de Derecho, la separación de poderes y su institucionalidad consecuente. Por ello, todo cambio radical se encuentra obstáculos en el camino. El problema está cuando es la misma población quien no valora elementos como la presunción de inocencia, y el debido proceso, no solo penal, sino también parlamentario. Los tiempos de emergencia se prestan para el abuso. Por ejemplo, poco se habla del enorme daño que realiza el gobierno por decreto.

Hoy, la legislatura avanza por esta vía, lo que constituye una centralización de facto en el Ejecutivo de prerrogativas naturales del Poder Legislativo. Esto no quiere decir que el ejecutivo carezca de

poderes para emitir decretos ley, pero sí que los roles definidos no pueden invertirse de forma constante. De esta forma, se emiten decretos que permiten satisfacer las necesidades inmediatas generadas por el comportamiento intempestivo de los socios del gobierno. Esto no significa que todo sea improvisación. Podríamos decir que estamos ante un gobierno al que sus socios marcan la pauta, pero con el beneplácito del principal partido. Todo es negociable, para avanzar en el calendario. En esto, hay que reconocer una habilidad fundamental, la carencia de escrúpulos y la predisposición a cambiar de opinión constantemente.

Antes de terminar, puede ser útil agregar a la ecuación de la crisis un aspecto que es decisivo, el discurso lleno de desprecio y altanería. Uno de los aspectos definitorios del populismo es el uso de etiquetas despectivas para definir al rival. En España esto ha ido aumentando. Cuando se le etiqueta al otro de forma despectiva, se busca su humillación y disminución, con la finalidad de reducir su apoyo popular. Pero, esto también conduce a la imposibilidad de negociación entre iguales, no en poder, pero sí en dignidad. Ese desprecio desprovee de dignidad.

Así, se cambia el disenso por el conflicto y se imposibilita el acuerdo. Como herramienta discursiva, el populismo se presta para el aprovechamiento de quien esté dispuesto a utilizarla apasionadamente. Sin embargo, la mesura y el sentido de la responsabilidad también son importantes, pero de ellos no tenemos noticia.

TEXTO: Eduardo Castillo @NassinCastillo

 

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