
La Primera Línea
¿Cómo llegamos aquí? Sobre la naturaleza del problema venezolano.
Hace algún tiempo, considerando la situación venezolana se había convertido en una esperanza para muchos.
Algunos analistas de renombre centraban sus perspectivas en las posibilidades de un cambio. El régimen, se decía, afrontaba su peor momento.
Eran los días del quiebre, esa solución mágica a la que tantos han puesto sus esperanzas, sin hallar un desenlace satisfactorio. En ese entonces, afirmé que las esperanzas eran totalmente infundadas.
Los años han pasado, el chavismo cumple ya más de dos décadas gobernando con el resultado de haber puesto al país en la peor situación de toda su historia.
Los índices de pobreza y miseria se han disparado, no bastando con ello, las enfermedades cunden, y la enorme mayoría de venezolanos se haya en una situación constante de crisis. Esta devastación responde a las particularidades de un régimen que llegó al poder para hacer un mix de corrupción y voracidad de poder político.
Muchos, erróneamente, afirmaron en el pasado que dada la naturaleza delincuencial exhibida por los gobernantes, era cuestión de tiempo la llegada de su derrocamiento. Sin embargo, dos décadas después, el chavismo sigue allí.
Lo que originalmente pareció la típica respuesta política al popular reclamo de lucha contra la corrupción e injusticias, pronto se convirtió en el proceso de desmantelamiento democrático más profundo que ha vivido Venezuela.
Pocos dolientes hubo al principio, el cierre de diarios dolía a sus dueños y articulistas, pero bien supo el gobierno comprar a ciertos sectores que garantizaron un silencio cómplice de millones.
Son tan culpables de ello los gobernantes, como aquellos intereses que se acoplaron al juego chavista, sin olvidar a los millones de personas que cayeron embelesados por los cantos de un país justo y próspero.
En esto, el chavismo recogió los frutos de décadas de pensamiento antieconómico sembrados por la lógica rentística y la matriz estadocéntrica que se nos inculcó. Venezuela, se contaba, era un país inmensamente rico, cuyos recursos naturales garantizaban que con una adecuada distribución, todos seríamos felices.
Millones compraron el relato, que no es chavista, pero que el chavismo nutrió y sobrealimentó con biberones de petrodólares y vacunas multimillonarias de bolívares impresos que, cada tanto, cambiaban de cono monetario y de denominación.
La fantasía económica fue tal, que se prostituyeron palabras como “fortaleza” y “soberanía” para construir un engaño que muchos compraban por decretos de aumento salarial y bonos extraordinarios. Se hablaba de bolívares fuertes y soberanos en un país cada vez más débil y colonizado. No innovaron, perfeccionaron.
Así como lo anterior, el chavismo consiguió destruir ese puente de paja que conectaba el esfuerzo con la recompensa en las mentes de la población nacional. Por supuesto, no todos compraron esas ideas, pero sí la mayoría. Muy pocas personas deben haber quedado fuera del contacto con algún aprovechador de las gangas gubernamentales.
Siempre hábiles para ver la falla ajena, millones eran cautivados por las políticas de controles de precios, siempre que no tocaran el negocio propio. Los venezolanos entendimos por las malas que es imposible prosperar sin empresarios. Así, el chavismo se garantizó aún mayor popularidad que la que su líder máximo podía granjear por su cuenta.
El dólar barato fue la droga de una generación. Cuántos millonarios no se crearon bajo el paraguas gubernamental. Nada nuevo bajo el sol.
Hoy pululan en las capitales del extranjero, criticando la supuesta desviación del régimen.
Dar un paso atrás para dar dos hacia adelante. Hace más de un siglo, Lenin combinó estas palabras para definir la estrategia política bolchevique. De esta manera, el gobierno venezolano, ha visto cómo la realidad del país le obliga a retroceder para preservar el poder. Sacrifica peones para mantener las piezas importantes.
No hace falta que sean brillantes ajedrecistas, solo necesitan jugar mejor que el rival. Por ello, cuando conviene, el chavismo libera presos políticos, a lo que sigue una nueva captura de otros tantos.
La desaparición de productos terminó por mellar la terquedad del régimen. Su fracaso económico, en todas las líneas de batalla (diría el infame presidente Chávez), les obligó a torcer el brazo.
Eso sí, solamente lo estrictamente necesario para apaciguar el hambre. Logró, como no puede sorprender a nadie, devastar el aparato industrial nacional. Todo se consigue, pero casi siempre en dólares e importado. Los que no tienen acceso a divisas, se las ven negras, con una inflación que no se controla, aunque ha amainado. Soberanía alimentaria le llamaban.
Cuando se habla de pauperización es imposible no remitirnos a aquellos ejércitos de desposeídos, que nada tenían.
Difícilmente pueda verse un ejemplo de miseria creada intencionalmente como en Venezuela. Solo la mitificada isla de Cuba puede competirle, a pesar de que en tantos países hayan comprado la fantasía del sistema cubano.
Se sabe que todo lo que necesita un gobierno con vocación dictatorial es soportar los primeros años difíciles.
Las instituciones no se toman ni se destruyen en un día. Para ello, han contado con la buena disposición de una sociedad cómplice, que se acomodó a las nuevas lógicas de compraventa señaladas por el petróleo caro y el dólar barato.
Mientras, el chavismo copó los espacios que pudo, desmanteló los que no tomaba, y creó los que les convenían.
Por si fuera poco, la llegada de la pandemia aportó oxígeno al gobierno. Controlar el espacio público y privado siempre ha obsesionado a los totalitarios.
El chavismo, en su afán socialista, lo logró en gran medida. Todo lo relacionado con el coronavirus y el confinamiento ayuda, por supuesto, pero hace tiempo que las protestas perdieron su poder.
Hablaban de un acuerdo con la oposición para trabajar conjuntamente de cara a resolver la crisis, mientras blindaban su poder sobre el Consejo Nacional Electoral. Antes, cuando se aproximaban las elecciones, se decía que olía a asfalto. Hoy, se puede decir que el indicador es una nueva mesa de negociación.
El problema no es que gobierno y oposición dialoguen y debatan, cosa normal en un país civilizado.
El problema es que lo hagan para negociar cosas que en un país normal, con una democracia funcional, no se tienen que negociar.
Que A y B tengan que dialogar para el cumplimiento de las leyes, se realicen elecciones, o se respeten los derechos de las personas, es muestra de lo descompuesta que está la política en Venezuela.
Lo peor de todo es que esas negociaciones distan mucho de una negociación entre iguales, se asemejan más bien a las súplicas de un prisionero de guerra frente a su guardia torturador.
Eduardo Castillo
Sociólogo. Máster en Asesoramiento de Imagen y Consultoría Política
@NassinCastillo