El fracaso del socialismo venezolano

El fracaso del socialismo venezolano

Luego de la durísima crisis económica post Paro Nacional de 2003-2003, el gobierno inició el proceso de duplicación y sustitución de instituciones a través de las Misiones Sociales.

Con ello, el presidencialismo se reafirmó, subordinando todoal Poder Ejecutivo. El objetivo era construir otra relación entre el Estado y los ciudadanos. En este sentido, se privilegiaron las nuevas redes clientelares, que generasen identidades políticas enfrentadas en la población. Una población dependiente del Estado se hace sumisa y maleable. El enemigo era la autonomía ciudadana.

En su afán “liberador” de los pobres, el chavismo terminaría esclavizando a toda la sociedad. Tal afirmación cobra sentido cuando se colocan los recientes datos de pobreza en el archipiélago de fracasos gubernamentales, es decir, cuando se le ubica en su posición y dimensión reales. Así, un país sumido en la miseria no es más que la consecuencia de la destrucción institucional nacional. Esto no es casual, sino que responde a las ambiciones de superar un sistema que se asume como perverso, en el que la explotación y la sempiterna desigualdad se prestan a la crítica cotidiana.

Algunos posicionan la corrupción como la causa de la crisis nacional. Pero la corrupción es un hecho en la gran mayoría de las sociedades humanas. Todo sistema político, todo partido, genera incentivos para algún nivel de corrupción. Algo más sensato es dimensionar el nivel de corrupción, difícil de encontrar en otras latitudes.

Sin embargo, este nivel de latrocinio responde a todo un proceso de vulneración e incapacidad institucional, desarrollado concientemente por los gobernantes.  De esta manera, es más correcto señalar al presidencialismo, el desprecio por la democracia liberal, la economía de mercado, la separación de poderes, así como la rendición de cuentas.

Una crítica permanente a la democracia prechavismo era el olvido de las masas por parte de sus gobernantes. Allí donde se veía la exclusión y marginalidad, se asumía que el problema era olvidar al pueblo. Resultaba inaceptable para los venezolanos la pobreza nacional, en un país que veían desde el mito de riqueza infinita con el que se educa desde la infancia. Los venezolanos no podían ser pobres en un país rico.

Tal descalce solo podía explicarse por la falta de redistribución de la riqueza o quizá solo fue explicado sistemáticamente así por las élites políticas interesadas en explotar esa idea. Así, no es extraño que en medio de la miseria nacional, este mantra siga presente en el discurso político nacional.

Gran parte de las funciones de las misiones sociales implantadas por el chavismo ya existían como programas canalizados por institutos o ministerios. Sin duda, algunos creyeron su novedad bolivariana. Pero lo cierto es que la democracia prechavista había construido instituciones con un carácter más independiente. Evidentemente, no eran denominadas como misiones. Sus nombres tenían una impronta más burocrática y nada mesiánico.

Antes, si bien existía la venia partidista como llave maestra a muchos de los beneficios estatales, era raro que la llegada de un nuevo gobierno barriera con los beneficios obtenidos del gobierno anterior. Solo dos momentos cambiaron esta tendencia: el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, y el chavismo. Mientras el primero lo hizo por necesidad y tuvo corta duración, el segundo se obsesionó con el proyecto más destructivo de la historia nacional.

Chávez emprendió la obra más ambiciosa de la historia venezolana en cuanto a subordinación del Estado al liderazgo personal. Las misiones eran punta de lanza de una estrategia electoral, tan brillante como perniciosa. Se asociaba la continuidad del chavismo con la de las ayudas. De esta manera, el líder se hizo imprescindible para millones. Sin quitar méritos al carisma político de Chávez, nunca hubo duda al explotar esa situación de dependenciapara generar miedo.

Para unos, el chavismo era necesario porque en cada nueva transmisión podía anunciarse una novel misión para resolver problemas inmediatos. Para otros, porque un nuevo anunció permitía engrosar la lista de beneficios, así como la posibilidad de enriquecimiento fácil. Poco importaba que lo inmediato arriesgara el bienestar futuro. Fueron los años del cortoplacismo en su máxima expresión. Mientras tanto, el gobierno avanzaba en controles, expropiaciones y corruptelas.

Esa nociva destrucción de la conexión entre ahorro e inversión, entre probidad y dignidad, entre esfuerzo y recompensa, arraigó en una gran parte de la sociedad venezolana. Millones salieron de la pobreza gracias a las dádivas de un Poder Ejecutivo caprichoso y electorero, mientras cientos se enriquecían aprovechando el dinero fácil. Todo el aparataje dependía del dinero que llegaba gracias a los altísimos precios del petróleo y del endeudamientoindiscriminado.

Cuando la fiesta petrolera terminó, tras los últimos coletazos de las regulaciones de precios y las ventas forzadas, la miseria empezó a evidenciarse. Hoy, no solo estamos ante un país azotado por el hambre, sino a una incapacidad total por parte del Estado de proveer servicios que antes sostenía soportando pérdidas multimillonarias.

El racionamiento se convirtió en la justa medida del hombre nuevo, con cortes de agua y luz a la orden del día. Incluso la capital tan protegida de las crisis durante toda la historia, ha caído presa de la ineptitud gubernamental. Ahora bien, en Venezuela sobreviven millones de familias que se sostienen con las remesas, que otros tantos envían desde sus nuevos hogares fuera del país.

Una nueva adicción ha sustituido al dólar barato y el control de precios. Quizá porque el dólar remesa es de coste cero para el receptor. Pero, así como los partidos políticos de oposición se asimilaron a las nuevas lógicas de financiamiento que encuentran maná allende a las fronteras; los hogares venezolanos se preocupan más por la próxima remesa que de un cambio de gobierno. El ingreso famliar se está reestructurando por el dinero del exterior. Venezuela da la impresión de que está a un decreto de una dolarización oficial, porque extraoficialmente ya lo está.

El gobierno actuó para imposibilitar cualquier autonomía de los venezolanos que gustosamente se entregaron a las ayudas. Millones se hicieron partícipes de la fiesta. Pero, las condiciones cambiaron. Antes, podía dedicarse al reparto, ahora es imposible. Por ello, la dependencia actual es otra, más familiar y foránea. Con un panorama petrolero tenebroso, esta nueva realidad parece que se acentuará cada vez más.

Dicho esto, vivimos un momento único en el que por vez definitiva el país podría cambiar verdaderamente de rumbo. Lo primero sería iniciar este proceso con humildad, renunciando a las tentaciones de la ingeniería social que tanto gusta a los políticos y académicos de la salvación. Serequieren nuevas instituciones así como el rescate de algunas caídas en el olvido.

Para ello, tendría que cambiar la mentalidad de la élite política actual. Una cosa es el discurso del cambio, insalvable para cualquier político que aspire al poder y otra las acciones. Lamentablemente, la oposición ha demostrado no sólo su incapacidad de hacerse con el gobierno, sino también la presencia de algunas taras propias de lo peor de la política nacional.

No se puede desechar el surgimiento de una nueva élite. Sin embargo, esto parece poco probable. Además, la política tiene sus propias reglas que terminan por imponerse. Solo pueden doblarse, pero nunca romperse. Lamentablemente, cuando hay competencia política, esta se da por el botín, aunque discursivamente se alegue una lucha entre proyectos de país. Es por ello que los liderazgos realmente transformadores son excepcionales.

Terminar con esto es una de las dos grandes tareas pendientes. La otra, construir progresivamente una república verdadera. De cualquier forma, la cultura solo cambia con el tiempo. Pero si hay una lección que tener en cuenta es que no hay almuerzo gratis. Un gobierno capaz de dártelo todo, tiene la misma capacidad de quitártelo todo. Eso sí, esto no se resolverá con el gobierno de los ángeles, al que aspiran los más incautos opositores sino con mucho realismo de por medio.

Eduardo Castillo

Sociólogo. Máster en Asesoramiento de Imagen y Consultoría Política

@NassinCastillo

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *