El Nacionalismo populista: un verdadero fraude
Que el nacionalismo, de corte populista y corporativista, sea, al día de hoy, una alternativa válida en más de un país del globo; puede parecer desde irónico hasta preocupante.
El mismo, lejos de desaparecer, ha sabido adaptar sus modos y su retórica a las nuevas circunstancias históricas: un Mundo en el cual la creciente interdependencia – tanto a nivel económico, como político, cultural y tecnológico – plantea interrogantes, desafíos e, incluso, amenazas para la humanidad en su conjunto.
Para comprender este “resurgimiento” del ideario nacionalista es, por un lado, importante rastrear sus orígenes históricos y, por el otro, descifrar – en parte, al menos – su intrincado pensamiento político. Seguidamente, me dedicaré al primero de tales objetivos para así, después, poder ocuparme de las características salientes del segundo.
Cuando hablamos de nacionalismo, es importante determinar su origen tanto en términos temporales como, así también, territoriales: la Europa de fines de siglo XVIII y principios de siglo XIX.
Época marcada por el enfrentamiento, y las contiendas militares, entre las grandes potencias regionales: el Reino Unido, la Francia napoleónica, Rusia o el Imperio Otomano, por mencionar algunas. Y es que tales potencias, en su afán de lograr la hegemonía regional, modificaron, indudablemente, el mapa político europeo avivando – gracias a sus conquistas y anexiones territoriales – la exaltación de sentimientos afines a la formación de naciones independientes en varios territorios ocupados por las mismas.
En el siglo XIX, además, se lograría la unificación de dos importantes Estados-nación europeos los cuales permanecían, hasta ese momento, divididos: Alemania y, poco después, Italia.
Es, desde todo punto de vista, evidente la influencia del “sentir nacional” en el desarrollo y, también, posterior desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial: la unificación de Alemania e Italia, por un lado, y el fervor nacionalista en los Balcanes, por el otro, son algunos de los antecedentes – así como catalizadores – de las intermitentes hostilidades y desencuentros que, posteriormente, desembocarían en el primer conflicto armado de escala planetaria.
Con la finalización de la Primera Guerra Mundial, sobrevendría un período en el cual la inestabilidad y constante tensión, acompañados ambos por el ascenso de regímenes fascistas primero en Italia y, después, en Alemania como, así también, del comunismo en la Unión Soviética; serían determinantes, posteriormente, en el estallido del segundo conflicto de alcance global: la Segunda Guerra Mundial.
Asimismo, cabe destacar la influencia que tuvieron, por un lado, las humillantes condiciones impuestas a Alemania mediante el Tratado de Versalles en 1919, y, por el otro, la cuestión fronteriza, especialmente, en Europa Central y del Este. Ambos, en buena medida, influidos, y también aprovechados, por los nacionalismos europeos.
Como sea, los efectos negativos del nacionalismo van, desde mi perspectiva, más allá de hechos históricos particulares: el mismo es, evidentemente, belicista, regresivo y, además, divisivo.
En primer lugar, es belicista porque, está muy claro, desprecia el diálogo, disenso y, por sobre todo, la consecución de acuerdos básicos típicos de las sociedades republicanas. Entre ellos, podemos mencionar la resolución pacífica de las controversias, el respeto a los derechos individuales y, por sobre todo, la adecuación a la ley en cada una de sus formas.
Además de lo anterior, su retórica maniquea – “nosotros” vs. “los otros” – ha servido de justificación para agresiones, intervenciones y, por si fuera poco, guerras de todo tipo: desde conflictos bilaterales y guerras no convencionales, hasta conflagraciones de envergadura regional y global.
Por otra parte, es regresivo ya que, en lo que a la faz económica respecta, propone una considerable intervención del Estado en el mercado. Para ello, suele resaltar los “problemas” y “deficiencias” de este último en relación a, principalmente, la asignación equitativa de recursos.
Esto es, a todas luces, engañoso: el mercado, en cuanto sistema de asignación de recursos, es el mejor sistema conocido por el hombre. Además, la alternativa planteada – y justificada – por las doctrinas intervencionistas ha demostrado, en numerosas ocasiones, empeorar la situación; no mejorarla. Finalmente, el mismo es divisivo ya que divide, y enfrenta, a grupos humanos utilizando, para ello, características personales y colectivas de las naciones: cultura, religión, rasgos étnicos, etc.
El fenómeno nacionalista sufriría, a lo largo del siglo XX, cambios sustanciales: el populismo de masas se convertiría, así, en su sucesor. Y, también, en su “nueva piel” en el Mundo de la posguerra. Tal como ocurrió con el marxismo, el cambio de forma – pero no de fondo – sentó, indudablemente, muy bien a la práctica nacionalista.
Mientras que las diversas manifestaciones del mencionado fenómeno eran, de forma general, autoritarias y elitistas; el populismo, a contramano de su predecesor, se reconoce democrático y pluralista. Esto se debe a que el anterior no busca, en el primer caso, enfrentar – directamente, al menos – al sistema democrático y sus instituciones o, en el segundo, encumbrar a un grupo, clase o etnia por sobre los demás.
Al contrario, los populistas ven en las democracias una vía privilegiada para llevar adelante sus fines y programas: la complejidad y pluralidad típica de tales sistemas es, indudablemente, terreno fértil para la aparición de experiencias del tipo populista. Así lo demuestra, a todas luces, la Historia reciente de América Latina.
Ahora bien, con todo lo anteriormente expuesto cabe preguntarse: ¿Hay algo del nacionalismo que, al día de hoy, merezca ser rescatado? A mi juicio, sí.
Tiene que ver, principalmente, con el sentido de pertenencia y, también, con el concepto de comunidad que el mismo posee: los vínculos políticos y económicos no son suficientes, por sí mismos, para lograr una unión genuina y duradera de las sociedades.
Es ahí donde los lazos culturales, simbólicos y, también, de tipo trascendente; deben hacer su aparición.
De lo contrario, la fragmentación, y disolución, de la sociedad pasan a ser, indiscutiblemente, un riesgo tan cierto como difícil de contrarrestar. Lo cual – amén de desastroso – sería, además, irreparable.
Damián Martinez @damian.mz
Fuentes Bibliográficas:
- “Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo”. Anderson
- https://www.artehistoria.com/es/contexto/los-nacionalismos
- http://www.claseshistoria.com/2guerramundial/causas-versalles.html
- https://www.artehistoria.com/es/contexto/el-imperio-napole%C3%B3nico
- http://www.claseshistoria.com/revolucionesburguesas/nacionalismoitalianoproceso.htm
https://www.artehistoria.com/es/contexto/la-unificaci%C3%B3n-alemana