El asedio de Numancia
Numancia, el último bastión celtíbero en el corazón de la Península libre de las garras romanas, no se rindió con facilidad. Sitiada tras meses solo sucumbió ante el hambre y nos demostró a lo que es capaz de llegar el ser humano con tal de no perder la libertad.
Las tribus de Numancia, Lutia, Uxama y Segeda, empobrecidas por las pasadas guerras y las malas cosechas y temerosas del poder de Roma, deciden crear un muro que les proteja de una posible guerra.
En el tratado de no agresión firmado con Sempronio Graco decía que no podrían fundar nuevas ciudades ni agrandar las ya existentes, por lo que las tribus concuerdan que el hacer un muro no iba en contra de las condiciones del tratado.
Roma, enfurecida, exige la inmediata demolición del muro, además del aporte de 500 hombres para las guerras en Lusitania y el aumento de los tributos. Los celtíberos, hartos de la avaricia romana, optan por ir a la guerra.
La noticia de la próxima llegada del cónsul Quinto Fulvio Nobilior junto a dos legiones provoca el abandono de las aldeas celtíberas para reunirse todos tras los muros de Numancia.
Una alianza de las tribus de Belos, Arévacos y Titos formó una coalición que proclamó a Caro como su líder. Este planeó una emboscada al ejército romano, al que pillaron por sorpresa y acabaron con un tercio de su total; sin embargo el mismo Caro pereció en esta rencilla.
Roma, recuperada con refuerzos entre los que habían elefantes africanos, decide atacar a la misma Numancia. Sin embargo los elefantes, lejos de ayudar, al ser golpeados en la cabeza causaron un gran desorden entre las filas romanas, que vuelven a caer estrepitosamente.
El general Claudio Marcelo es enviado a la zona y firma un favorable tratado para Roma en el 152 a.C., en el que los numantinos debieron de entregar 600 talentos de plata.
Sin embargo, en el 143 a.C., los celtíberos vuelven a rebelarse contra Roma debido a la hambruna que pasaban por las altas tasas que debían pagar a Roma.
Esta decide enviar a Q. Pompeyo junto a 30.000 legionarios y 2.000 jinetes a acabar con la revuelta; pero es vencido con facilidad en las cercanías de Numancia.
Este firma un tratado de paz con la ciudad, que rompe al poco tiempo con el pretexto de nuevos refuerzos romanos. Además, el contemporáneo asesinato de Viriato liberó a más tropas romanas para poder ser destinadas a Numancia.
Hacia el 137 a.C. es destinado el inexperto Hostilio Mancino, que fue derrotado en Numancia y se rindió en su campamento.
Desesperado, firmó un tratado de paz con Numancia; pero desde el Senado le obligaron a ir apresado a Numancia en prueba de que el acuerdo no tenía valor. Los numantinos se apiadaron de él y lo soltaron.
El Senado romano, cansado ya de la obstinada resistencia numantina, envía al cónsul Escipión Emiliano a acabar con la costosa guerra.
Tras unos meses de preparación de las legiones, marcha a arrasar varias tribus rebeldes y, tras la anexión de los refuerzos númidas, se dispone a preparar el cerco de Numancia. Divide a sus tropas en ocho campamentos, los cuales une mediante una doble empalizada.
Los numantinos trataron en numerosas ocasiones de romper el cerco; pero fracasaron todas a excepción de una.
En esta, unos emisarios lograron llegar hasta varios poblados cercanos; pero solo en Lutia logró conseguir refuerzos. Sin embargo, Roma se enteró de lo que pasaba y cortaron las manos a los voluntarios. Numancia estaba sentenciada.
Cerco planteado por Escipión con el que logró mantener a raya los intentos numantinos de salir, ya fuera en busca de provisiones o en busca de refuerzos.
Tras meses de sufrimiento y hambruna, Numancia pidió la rendición a Roma. Escipión únicamente pidió la entrega de todas las armas, condición que fue considerada poco honrosa en Numancia.
A sabiendas de una derrota segura, los numantinos se lanzaron a una carga suicida, y tras ser rechazados por las tropas romanas, volvieron para darse muerte mutuamente.
Tras matar a todas sus familias y quemar todo lo de valor, apenas unos maltrechos supervivientes quedaron para contarlo. Escipión demolió la ciudad y repartió el territorio entre las tribus que permanecieron fieles a Roma.
Fuente:
Numancia, de Jorge Guillermo Palomera y Silvestre Szilagyi, Editorial Cascaborra.
Numancia, Editorial Despertaferro número 41.
Artículo escrito por : Santiago Conde Pomar. @hoplitahispano