EL DÍA DE LA MARMOTA

La nueva política del régimen chavista marca la pauta

La nueva política del régimen chavista marca la pauta. Se hicieron públicas las negociaciones celebradas en Turquía, encuentro que permitió la liberación de más de una centena de figuras políticas secuestradas, sin mayor razón que ser parte de la oposición política. Ahora, después de mucho tiempo (años para algunos), se encuentran en sus hogares. Una buena noticia, tras tantos desengaños.

Ahora bien, esto no es todo. Se nos promete un acuerdo para las elecciones parlamentarias 2020. Se trata de un escenario que cobra mucha fuerza con la disposición manifiesta de Henrique Capriles de participar en ellas. A Capriles le ha salido una jugada fantástica. Desde 2018 se encontraba desplazado, sin protagonismo ni rol claro, siendo objeto de burla por su imagen. Ahora, se coloca en la palestra robando protagonismo a los liderazgos enfrentados de María Corina Machado y Juan Guaidó.

Pero la costumbre nos dicta que siempre que el chavismo parece ceder en algo, lo hace repartiendo caramelos envenenados. Llama la atención que después de toda una ofensiva gubernamental que suplantó las directivas de los principales partidos de oposición, veamos ahora esta tentativa de diálogo. Los diálogos representan elecciones negociadas. Aunque una y otra vez presenciamos el fracaso de cualquier acuerdo posible, la persistencia es ciega.

Esto se debe por un lado a que la oposición se encuentra atrapada en una relación profundamente asimétrica en su contra. Las organizaciones de oposición carecen de poder real. Los partidos opositores no manejan presupuestos importantes. Se trata de una situación de larga data. Chávez actuó siempre en pos de quitar el financiamiento y las competencias a aquellas instancias ajenas a su control. Así, toda oposición o disidencia era inmediatamente controlada.

De esta forma, la oposición no tiene cómo sostener sus estructuras. Al carecer de fondos nacionales, sus líderes dependen de financiamiento externo. Son conocidas las carencias en el Poder Legislativo. Aún más, en su proceso de desmontar las instituciones heredadas, el chavismo las vació de valor de uso. Hoy, la oposición “controla” el parlamento. En respuesta, el Tribunal Supremo de Justicia asumió el rol legislativo bloqueando cualquier ley de la Asamblea Nacional.

Así, el carnaval electoral era acompañado de cerca por una feria de nuevas instituciones y cargos creados por el Ejecutivo a su medida. Todo ello, con la intención de eliminar cualquier posibilidad para las autoridades enemigas. Se crearon figuras superiores ad hoc que se encajaban en el entramado político administrativo por el tiempo que fuera conveniente. El manejo de los tiempos es tal que al momento de escribir estas líneas, quedaban horas para inscribirse como candidato.

Por otra parte, así como la oposición carece de poder para generar el cambio, los actores internacionales lucen desinteresados o indispuestos a intervenir. Nada puede ofrecer en este momento Venezuela que sea de interés vital para los grandes actores. No es que Rusia, China, Irán y Turquía estén dispuestos a derramar sangre por el chavismo. Ese nivel de simbiosis política y militar podría verse con Cuba. Los aliados de peso militar están muy lejos, Venezuela no está en su área de influencia.

Sin embargo, a pesar de su cercanía, para Europa, EEUU, Brasil y Colombia, hay una serie de asuntos infinitamente más importantes que salvar a Venezuela de sí misma. Porque ahí radica precisamente el problema, Venezuela es rehén de sus comportamientos autodestructivos. Somos presa del pensamiento mágico que hace creer que la salvación llegará como en las películas; como a otros les conduce a confiar en la persuasión de criminales que arrebata partidos y secuestran líderes opositores.

Mucho cuesta asumir que el país no representa algo tan importante como para que otros no se arriesguen por nosotros. Con Guyana apropiándose de los yacimientos petrolíferos orientales pertenecientes a la Zona en Reclamación perdimos gran parte de nuestro brillo. La realidad es que el apoyo a la oposición se entrega hoy con mucha desconfianza. Siendo honestos, se hicieron méritos para que sea así.

En plena pandemia, luce irreal solicitar ayuda tras la pantomima resultante de aquellas jornadas de cargamentos de ayuda internacional y ayudas económicas a fondo perdido. Nuestra oposición ha mostrado un talento chavistoide para el latrocinio. Los partidos y organizaciones que hacen vida en nuestra región siempre cuentan con la vista gorda de quienes aprueban sus presupuestos en las capitales del mundo desarrollado.

Ahora bien, tras haber superado su peor momento, el chavismo toca la flauta electoral. Aprovecha las tensiones opositoras, y cuenta con el esfuerzo de Capriles por retomar el protagonismo. Con partidos descabezados, prensa y tv bajo control, gremios, patronales y sindicatos descompuestos y anémicos, no hay muchas instituciones aptas para constituir alternativas de liderazgo.

La protesta sigue presente, pero es económica. Ya no se puede conducir, es anárquica. La preocupación no es tanto un cambio de régimen, sino por el alivio de la crisis económica. La teoría de Maslow se muestra en su rostro más crudo en Venezuela. Sin servicios básicos, sin comida, ni gasolina para trasladarse… ¿cómo podemos esperar que la gente se preocupe por votar a un parlamento que nada logró cambiar?

Desde Lenin, la máxima política de este tipo de actores es dar un paso atrás para dar dos adelante. La izquierda asume esto como táctica política por excelencia. Evidentemente, solo se retrocede, cuando no se puede avanzar más. Da la impresión de que volvemos una y otra vez a lo mismo.

Eduardo Castillo @eduardo.ncastillo

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