Elecciones en Estados Unidos: el análisis de Nippon News sobre el rumbo político del país
A menos de tres días de conocer los resultados de las elecciones presidenciales celebradas en los Estados Unidos en este sombrío año, se abre una incógnita sobre cómo influirán los resultados de cara a la alianza entre Washington y Tokio.
Recientemente, uno de los principales miembros del Departamento de Paz y Seguridad Internacional de la Sasakawa Peace Foundation, Watanabe Tsuneo, analizó la situación geopolítica y diplomática de Japón y EEUU y concluyó que, si bien para el gobierno nipón una reelección de Trump resultaría más cómoda, la victoria de Biden no cambiaría estructuralmente la estrategia común con respecto a China.
Sin embargo, este pensamiento no es compartido por otros analistas, que creen que sin el firme y duro enfoque de la administración Trump en el marco geoestratégico del Pacífico, el gobierno de Pekín podría lanzarse sin freno a la expansión por el Mar de China Oriental y aumentar sus incursiones, no solo civiles sino militares, en aguas territoriales japonesas, lo que resultaría en una escalada de tensión sin parangón en la región del Pacífico en los últimos veinte años.
El sector más conservador de Japón, representado por el Partido Liberal Democrático, comparte este punto de vista, si bien la existencia de algunas voces disidentes dentro de la propia formación política con respecto a la actitud del gobierno estadounidense en cuanto a la polémica por el gasto del mantenimiento de las bases militares de la prefectura de Okinawa es objeto de debate en la política interna.
Pronosticar cuál será la realidad post electoral en el ámbito geopolítico es aventurarse en demasía pero, ¿cuál ha sido la trayectoria diplomática entre Japón y EEUU durante la última década?
En este artículo analizaremos los aspectos más determinantes en las relaciones bilaterales de las dos principales potencias económicas del mundo con objeto de comprender la situación política de los Estados Unidos y su influencia en Japón de cara a las elecciones que culminarán el próximo 2 de noviembre.
Obama, del hito del primer POTUS afroamericano a la controversia militarista
El 20 de enero de 2009, el histórico presidente George W. Bush daba paso como sucesor al primer mandatario de la nación norteamericana de origen afroamericano: Barack Obama.
El resultado electoral fue celebrado a lo largo y ancho del país por la comunidad negra, testigo por primera vez en los más de doscientos treinta años de historia nacional de cómo un candidato a la presidencia de color ocupaba el más alto cargo de la Casa Blanca.
En aquel momento, la crisis financiera afectaba de lleno a la gran mayoría de países del primer mundo, entre ellos EEUU, y la recuperación económica era una de las promesas que el programa electoral de Obama llevaba entre sus puntos más destacados. Pero las intenciones del nuevo gobierno quedaron patentes prácticamente desde el primer día cuando apenas cuatro días después del inicio de su mandato, Washington daba el visto bueno para emprender las primeras acciones bélicas en Pakistán.
Un preámbulo de la base sobre la que se sentaría la legislatura de Obama.
Por aquel entonces, Japón estaba liderado por el conservador Aso Taro, que ejercía como sucesor temporal de su predecesor en el cargo, Fukuda Yasuo, tras su dimisión. El país nipón se encontraba a la espera de celebrar comicios en menos de un año y el sector socialdemócrata, representado por el Partido Democrático de Japón, tenía ante sí una oportunidad de alcanzar el poder ante los escándalos de corrupción que sacudieron el Gabinete del PLD en 2008, durante el gobierno de Abe.
En febrero de 2009, el Primer Ministro Aso se convirtió en el primer mandatario extranjeros en visitar la Casa Blanca tras la elección de Obama, aunque este encuentro dejó mucho que desear. De las conversaciones con el presidente estadounidense se extrajo que la nueva administración se encontraba muy poco o más bien nada interesada en valorar la relevancia internacional de la diplomacia entre ambas naciones, regresando a Japón desilusionado por ello.
Esto dio paso a las críticas del Partido Democrático de Japón, que utilizó esta circunstancia para emprender una campaña contra el gobernante Partido Liberal Democrático, a quien acusaba de convertirse “en un claro peligro para las relaciones con Washington por su extremismo nacionalista”.
El desgaste político del PLD jugó a favor de la oposición, por lo que cuando en julio de 2009 tuvieron lugar los comicios a nivel nacional, el resultado de los mismos no sorprendió a muchos. La aplastante victoria del PDJ, liderado por Hatoyama Yukio, dio inicio a una nueva etapa política en el país.
Mientras tanto, EEUU se hallaba inmerso en varios conflictos diplomáticos y políticos con varias naciones de Oriente Medio y el Norte de África, regiones consideradas como polvorínes por su inestabilidad política y en las que ya se gestaba la conocida como “Primavera Árabe”.
En Japón, ahora gobernado por un sector político afín a las ideologías del ejecutivo de Obama, creyó poder conseguir avances significativos en la diplomacia con los Estados Unidos al tiempo que implementaban en el país políticas reformistas de marcado carácter social en favor de los grupos de presión ideológicos, popularmente conocidos en el lenguaje político como “lobbies”. En noviembre de aquel mismo año, el presidente norteamericano realizó una visita oficial en Japón, algo que fue ampliamente celebrado como uno de los “grandes logros” del Gabinete de Hatoyama y que evidenciaba la buena sintonía política entre ambos gobiernos.
Hatoyama y Obama mantuvieron una reunión en la capital japonesa en la que el mandatario estadounidense se comprometió a “renovar y fortalecer” las relaciones con Tokio lo cual, por otro lado, era percibido como paradójico teniendo en cuenta la postura de la administración Obama con respecto al acercamiento con China, país con el que Japón mantenía importantes disputas históricas y territoriales.
El Gabinete de Hatoyama mostraba ante la ciudadanía una imagen de estabilidad bastante alejada de la realidad. Una visión borrosa y poco analítica de las circunstancias políticas que no quería ver como el apoyo obtenido en las elecciones no tenía más explicación que el descontento de los conservadores con sus representantes tradicionales por los desatinos políticos que aún permanecían latentes en el círculo mediático nacional.
En mayo de 2010, diez meses después de la “victoria trascendental” del Partido Democrático de Japón, los aliados socialistas que conformaban el gobierno abandonaban su apoyo al ejecutivo tras un mes de acaloradas sesiones en la Dieta Nacional. Los motivos no eran otros que la “pasividad” de Hatoyama con respecto a la renovación de la permanencia de las bases militares estadounidenses en Okinawa.
El Partido Socialdemócrata, socialista en origen, mantenía su postura de que la presencia del Ejército de los EEUU en territorio japonés representaba una clara violación de la soberanía nacional lo cual, por otro lado, era el pensamiento del sector más duro del Partido Liberal Democrático. Semanas antes de la ruptura gubernamental habían tenido lugar varias protestas en la prefectura de Okinawa y en Tokio, lo que motivó la salida de los socialistas.
Pocos días después, los medios nacionales publicaban unas encuestas que mostraban el descalabro del Gabinete de Hatoyama entre la opinión pública, lo que aumentó las presiones internas del Partido Democrático hacia el Primer Ministro para forzar su dimisión, temiendo que la caída de la confianza popular en este hiciera peligrar la continuidad del partido en el gobierno. El 4 de junio, Hatoyama anunciaba su dimisión y era sustituido por Kan Naoto.
Kan inició su mandato sin ápice de sensatez, aprobando una subida del impuesto a los productos básicos del 5% al 10% en plena situación de crisis en la que Japón sufría una de las mayores recesiones en treinta y cinco años. Pero Kan traspasó las líneas rojas más allá de lo que la sociedad nipona era capaz de permitir.
Pocos meses después de su llegada al Kantei, el Primer Ministro de Japón emitió una disculpa pública hacia los gobiernos de Seúl y Pyongyang por lo que calificó como “la etapa histórica más vergonzosa de la historia de Japón”, un hecho sin precedentes que abrió una gran polémica entre la sociedad del país. Muchos medios conservadores tildaron la disculpa como un “ultraje” al espíritu nacional de Japón, opinión compartida y acompañada por la respuesta del Partido Liberal Democrático, que acusó a los demócratas de “insultar” a todas aquellas generaciones de japoneses que aportaron todos sus esfuerzos, inclusive sus propias vidas, por la continuidad de su nación.
Pero sin duda el colofón del gobierno de Kan tuvo lugar tras la tragedia del 11 de marzo de 2011 por el terremoto y tsunami de Tohoku, cuya gestión por parte del ejecutivo fue completamente desastrosa, con una reacción tardía y, cuando esta se produjo, descoordinada, mientras cientos de miles de familias permanecían abandonadas y sin más medios que los proporcionados por organizaciones sociales.
Incluso los clanes de la propia Yakuza, la mafia japonesa, enviaron hasta las regiones afectadas cargamentos de material médico y alimentación y muchos de sus miembros se desplazaron hasta el lugar para buscar desaparecidos, una acción que fue aplaudida por una parte importante de la sociedad.
A todo esto se suma la cuestión de las fugas radiactivas en las costas de Fukushima tras el desastre nuclear, sin que el gobierno alcanzara a tomar una decisión con rapidez para frenar los vertidos de uranio, litio y otros materiales extremadamente contaminantes.
Para finales de octubre, el Partido Democrático se enfrentaba a una serie de disputas internas y dimisiones de diversos cargos regionales y del propio Gabinete, creando un clima político bastante inoportuno. Ante esta situación, el Partido Liberal Democrático presentó una moción de censura que contó con apoyos incluso dentro de las propias filas demócratas, lo que evidenciaba la debacle por la que el partido pasaba en aquellos momentos.
Las Cámaras de la Dieta Nacional aprobaban así la reprobación a las medidas de Kan, que en septiembre era sustituido por el tercer Primer Ministro en menos de dos años, Noda Yoshihiko, cuyas prioridades en el gobierno fueron la atención a los damnificados por el desastre natural y la reconstrucción de una economía estancada y afectada por la crisis financiera.
Sin embargo, su apoyo a la energía nuclear apenas unos meses después de la catástrofe provocó centenares de manifestaciones entre febrero y marzo de 2012 en las grandes ciudades del país y, tras otra subida de impuestos, las encuestas volvieron a mostrar una fuerte caída de los apoyos al Gabinete. Para entonces, las previsiones de cara a las elecciones de diciembre eran nefastas, pronóstico que se vio cumplido con la fulgurante victoria del conservador Abe Shinzo, que iniciaba su segundo mandato con una herencia de una economía gravemente herida, un país afectado por las consecuencias del terremoto y tsunami y una sociedad marcada por la tragedia.
Por su parte, las tensiones habían aumentado en Oriente Medio tras el envío de tropas estadounidenses en 2011 al Estrecho de Ormuz, lo que despertó el temor de la comunidad internacional de una guerra con Irán. En menos de tres años, la administración Obama había inmiscuido al país en conflictos bélicos con Afganistán, Irak, Siria, Somalia y Yemen, aumentando en consecuencia el gasto militar a niveles solo comparables a los de la Guerra de Vietnam.
Durante los primeros tres meses de gobierno, Abe llevó a cabo una gira a través de los países del Sudeste Asiático con el objetivo de restablecer las relaciones con la región, en especial con los países miembros de la ASEAN, tras un período de abandono de la diplomacia por parte de sus predecesores.
En esta creciente actividad internacional por parte del ejecutivo de Abe destacó, nuevamente, la falta de interés de la administración Obama en las relaciones con Japón, sin que se produjeran encuentros de alto nivel teniendo en cuenta el peso de Tokio en la diplomacia histórica norteamericana con respecto a Asia.
Las relaciones entre EEUU y Japón no adquirirían relevancia hasta abril de 2014, cuando el mandatario estadounidense visitó el país, manteniendo conversaciones con el Primer Ministro Abe acerca de las circunstancias políticas internacionales, marcadas por el terrorismo islámico como consecuencia de la expansión del Estado Islámico en Oriente Medio y sus ramificaciones en África y Europa. Terrorismo que también afectó a Japón tras el secuestro y posterior asesinato de los periodistas Goto Kenji y Yukawa Haruna aquel mismo año.
Con la declaración de apoyo de Abe en la lucha contra el yihadismo a finales de 2014, se produjo un nuevo acercamiento diplomático entre Washington y Tokio, fortalecido con la visita de Abe en abril de 2015 en la que el gobernante nipón dirigió un memorable discurso en una sesión extraordinaria del Congreso de los EEUU en el que realizó un recorrido a lo largo de la cronología diplomática entre ambas naciones tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y en el que describió a la alianza mutua como la “Alianza de la Esperanza”.
También en agosto de aquel mismo año, en el marco de la conmemoración del 70º aniversario del fin del conflicto entre EEUU y Japón, Abe pronunció un discurso en el que expresó su “profundo dolor por las víctimas de la guerra” y manifestó “su sincero pésame por lo ocurrido”, aunque matizó que “Japón no debería estar predestinado a una eterna disculpa por los hechos acontecidos en tiempos tan lejanos”, alegando que más del 80% de la población nipona había nacido después de la guerra. Un discurso aplaudido por gran parte de la comunidad internacional a excepción de China y Corea del Sur.
En la última etapa del gobierno de Obama, las estrategias políticas de cara a las elecciones descuidaron nuevamente la diplomacia con Japón en una época en la que Abe gozaba de gran popularidad en el país gracias a las efectivas medidas económicas que propiciaron una lenta pero continuada recuperación. Desde su llegada al gobierno, Abe había logrado reducir notablemente la tasa de desempleo y las obras de reconstrucción de las áreas afectadas en Fukushima se iniciaron con la mayor celeridad.
La campaña electoral de EEUU de 2016 sería, hasta el día de hoy, una de las más recordadas de la historia de la democracia estadounidense. Una nueva figura hacía su aparición en el escenario político. Se trataba de Donald Trump, experimentado y millonario empresario perteneciente al Partido Republicano que bajo el lema “Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”, se erigió como una alternativa para el electorado conservador.
Sus alocuciones acerca de la historia y las tradiciones estadounidenses y las arengas al pueblo norteamericano despertaron el odio no solo del Partido Demócrata, que con todo tipo de descalificaciones vilipendiaron e insultaron al electorado conservador, sino incluso de algunos sectores del propio Partido Republicano, que acusaban a Trump de un “narcisismo” patológico que sumiría al país en una grave situación, y de diversas organizaciones internacionales.
Contra todo pronóstico, el 10 de noviembre de 2016 Trump era declarado de forma no oficial como el futuro Presidente de los Estados Unidos de América, tras superar las expectativas de las encuestas realizadas por los grandes medios de comunicación nacionales e internacionales al finalizar la campaña con 304 votos electorales, frente a los 227 de su rival, Hilary Clinton. Una humillante derrota para esta última, que en más de una ocasión se había adelantado a los hechos y, haciendo gala de las encuestas, se autoproclamaba como la primera mujer en aterrizar en la Casa Blanca.
El 20 de enero de 2017, Donald Trump era investido oficialmente como presidente, dando inicio a una nueva era.
Trump, el amigo rudo de Japón
La llegada de Trump a la Casa Blanca no tuvo precedentes en la hemeroteca nacional. Agravios, amenazas y acusaciones sin fundamentos por parte de organizaciones ideológicas afines al Partido Demócrata sacudieron la larga campaña electoral y tras conocerse los resultados, las calles de cientos de ciudades se vieron inundadas de una muchedumbre que provocaron todo tipo de altercados.
Actos como los cortes de carreteras en Los Ángeles, un motín en Portland y lanzamientos de artefactos incendiarios caseros contra la Torre Trump en Nueva York se sucedieron por todo el país al grito de “Trump, emergencia internacional”, “Un futuro terrible nos espera con Trump” o “Boicot electoral, salvación nacional”. Pero estas acciones fueron más allá de EEUU, con protestas en Londres, Berlín, Tel Aviv y Ciudad de México. Lejos de remitir tras la investidura presidencial, las protestas continuaron días después, una clara señal de las tensiones que marcarían el gobierno de Trump, algo que en Tokio no pasaba desapercibido.
El ejecutivo de Abe mostró en un principio su preocupación por cómo serían las relaciones con el nuevo presidente, cuyo marcado y ciertamente arrogante carácter hacía presagiar una difícil diplomacia tras casi una década de gobierno demócrata.
La prensa amarillista internacional también había encontrado un hueco entre la sociedad japonesa, lo que colaboró en la inicial desconfianza de Japón en la administración Trump. En noviembre de 2016, tras conocerse los resultados electorales el Primer Ministro Abe, que se encontraba de viaje oficial en Hispanoamérica, canceló antes de lo previsto su gira para mantener un encuentro con el recién electo Presidente de los EEUU.
El 18 de noviembre, Abe y Trump conversaban por primera vez en el “cuartel general” del magnate, la Torre Trump. Un encuentro en el que Abe tuvo sus primeras impresiones sobre su futuro homólogo estadounidense que, como más tarde admitiría, fueron bastante agradables.
La siguiente reunión no tendría lugar hasta febrero de 2017, con Trump ya investido como Presidente y en medio de una tensa calma ante la creciente amenaza de China en aguas de soberanía japonesa, un problema que Tokio ya afrontaba desde hacia una década pero que comenzaba a manifestar síntomas preocupantes. En esta ocasión, la visita de Abe a los Estados Unidos mostró una faceta desconocida del mandatario americano, que expresó una voluntad clara y sincera de acercamiento a Japón tras la estancada diplomacia de Obama y clasificó estas relaciones como “de mejores amigos”, calificativo que extendería igualmente hacia Abe tiempo después.
Y es que los vínculos entre Trump y Abe en el terreno personal bien pueden describirse como de “grandes amigos”, con manifestaciones de amistad mutuas en público en diversas ocasiones y actividades de ocio compartidas durante sus encuentros tanto en Washington como en Tokio.
En el terreno político, los objetivos de ambos mandatarios también son compartidos. La lucha contra la influencia de los lobbies ideológicos y los medios de comunicación vinculados a los sectores izquierdistas son una de las premisas sobre las que se basan las estrategias de ambos.
Pero es el compromiso de la administración Trump en la defensa de la soberanía de Japón el punto clave que más veces ha destacado el Gabinete de Abe en sus conferencias internacionales. Frente a las agresiones de China y Corea del Norte, la presencia militar de EEUU en territorio nipón ha frenado en multitud de ocasiones las pretensiones expansionistas que el Partido Comunista de China lleva en su agenda política.
Entre 2017 y 2018, la presión de Pekín y Pyongyang sobre Tokio fue especialmente intensa, con lanzamientos de misiles balísticos y pruebas nucleares armamentísticas por parte del régimen de los Kim y avaladas por su aliado chino, hechos denunciados por el gobierno japonés en multitud de ocasiones ante la ONU sin obtener una respuesta contundente por parte de la comunidad internacional.
En esta tesitura, únicamente el gobierno estadounidense tendió su mano a su aliado japonés. En septiembre de 2017, Trump emitió una advertencia a Corea del Norte sobre sus “tentativas bélicas” tras la prueba nuclear norcoreana pocos días antes, obteniendo como respuesta una amenaza nuclear de Pyongyang sobre los Estados Unidos.
La crisis de Corea del Norte y los estragos del tifón Lan en el sur y centro del país acapararon gran parte de los debates electorales de Japón, que el 22 de octubre celebraba los comicios nacionales que darían nuevamente la victoria a Abe, que conservó e incluso amplió ligeramente su mayoría de escaños en la Dieta.
Apenas una semana después de la victoria, EEUU enviaba a Japón más de mil efectivos de salvamento así como ayuda humanitaria, algo fundamental en la rápida recuperación de la región de Kansai, gravemete afectada por las inundaciones derivadas del tifón. La colaboración estadounidense en labores de rescate durante los temporales han sido algo frecuente durante el mandato de Trump, quien incluso destinó una partida presupuestaria únicamente para proporcionar apoyo humanitario frente a situaciones de este tipo. Es por este motivo que Trump goza de popularidad y aprecio entre la sociedad japonesa.
A finales de año, los cuerpos diplomáticos de Washington y Pyongyang se instaron mutuamente a reducir las tensiones para evitar un mal mayor en la región y tendieron puentes que culminaron con la histórica celebración en junio de 2018 en Singapur de una cumbre entre Donald Trump y Kim Jong-un, muy apoyada por el gobierno nipón, en la que el dictador norcoreano declaró: “Me encuentro muy complacido por haber superado tantos juntos tantos obstáculos hasta llegar aquí”.
Al término de la conferencia, ambos mandatarios se mostraron satisfechos por los logros comunes y acordaron celebrar otro encuentro, una imagen que nadie podía haber imaginado apenas un año antes, y por lo que algunos medios estadounidenses y japoneses propusieron a Trump para optar por Premio Nobel de la Paz, candidatura con una fuerte oposición por parte de organismos internacionales y lobbies con conexiones demócratas.
La buena sintonía y disposición del gobierno de Corea de Norte animó a Abe a expresar su deseo de reunirse con Kim Jong-un para tratar el asunto de los ciudadanos secuestrados durante las décadas de 1970 y 1980, temática que ya Trump planteó al dirigente norcoreano durante su encuentro a petición de Japón.
El inicio del año 2019 tenía lugar en medio del inicio de la guerra comercial entre EEUU y China y las crecientes incursiones marítimas por parte de este último a las Islas Senkaku. Ambos fueron problemas que el ejecutivo japonés debió afrontar con vistas a la Cumbre del G20 que tendría lugar en junio con la participación de EEUU y China como países centrales en los debates por la crisis comercial.
Poco antes de la celebración del G20, Donald Trump mantuvo otro encuentro con Kim Jong-un en la zona desmilitarizada que delimita las fronteras entre las dos Coreas en el que el dictador declaró su “alegría por reencontrarse con su homólogo estadounidense” mientras que el americano expresó el “honor de volver a saludar al mandatario norcoreano”. La actitud conciliadora del presidente con respecto a Corea del Norte ha supuesto un gran alivio para los gobiernos de Corea del Sur y Taiwán, lo cual ha sido expresado a lo largo conferencias en la ONU, la ASEAN y otros organismos.
A finales de año, Donald Trump afrontaba otra ofensiva del Partido Demócrata desde las propias instituciones gubernamentales. A primeros de septiembre, los medios de comunicación recogían en sus portadas e informativos un supuesto escándalo de espionaje hacia el entorno del precandidato demócrata, Joe Biden, que salpicaban presuntamente al propio Presidente de los EEUU. Se trataba del conocido como “Ucraniagate”, según el cual Donald Trump habría ejercido presiones sobre las autoridades ucranianas con el objetivo de elaborar un informe de seguimiento tanto de Joe como de su hijo, Hunter.
Esta delación fue tomada como un escándalo nacional y a pesar de que las informaciones ni siquiera habían sido aún demostradas ni investigadas por ningún tribunal, el 24 de septiembre el Partido Demócrata iniciaba en la Cámara de Representantes del Congreso una investigación con miras a un “impeachment” o proceso de destitución contra Donald Trump. El proceso fue seguido durante los siguientes cinco meses, en los que el Presidente se defendió día tras día manteniendo sin cambios su discurso mientras que sus oponentes judiciales eran rebatidos.
Pero la preocupación actual se encuentra en la guerra comercial con China y, más recientemente, por la crisis del coronavirus, de la que la administración Trump acusa directamente al Partido Comunista Chino como un ataque biológico contra la estabilidad de Occidente.
En este último año, las hostilidades entre Pekín y Washington han suscitado el temor de un posible enfrentamiento entre ambas potencias y aunque Trump siempre se ha mostrado altivo con respecto a los alardes chinos, miembros cercanos al Despacho Oval manifiestan el compromiso del presidente en el mantenimiento de la estabilidad geopolítica en la región, algo enrevesado teniendo en cuenta el teatro internacional en el marco de la pandemia.
Una visión que en Japón es percibida de forma positiva, aún más si cabe tras la dimisión del Primer Ministro Abe el pasado 16 de septiembre y la sucesión de Suga en el cargo, quien ha reiterado su compromiso en la alianza bilateral con los Estados Unidos, uno de los legados más importantes de su predecesor en materia de exteriores que el nuevo mandatario japonés tanto ha alabado en su primer mes de gobierno.
No obstante, el mayor reto de Donald Trump se encuentra en el interior de EEUU. Las protestas raciales generadas tras los controvertidos hechos que rodearon la muerte del afroamericano George Floyd y la ola de ataques contra el patrimonio nacional durante los meses de agosto y septiembre evocan nuevamente el ambiente de las últimas presidenciales.
Los pronósticos, otra vez, aúpan al candidato demócrata Joe Biden como el ganador de los comicios mientras su partido trata de ocultar los múltiples escándalos sexuales y de corrupción que azotan a varios miembros, incluida la Secretaria de Estado durante el mandato de Obama y principal rival de Trump en 2016, Hilary Clinton.
El paisaje que Biden y el Partido Demócrata dibuja en el horizonte es ciertamente alarmista e, incluso, revolucionario, construyendo un clima de crispación social que ha derivado en la mayor parte de los episodios de violencia generados a lo largo de estos cuatro años de mandato republicano.
Pero, a pesar de todo, la firme actitud de Trump ante este contexto y en la defensa de los valores nacionales no solo genera seguridad y buenas expectativas entre gran parte de la población estadounidense sino que aporta la dosis de confianza tan necesitada en los tiempos actuales, en los que la incertidumbre se cierne sobre un mundo cada vez más globalizado y en el cual la soberanía de las naciones, aspecto inherente de la identidad de los pueblos, parece no tener cabida.
Las elecciones de este año no solo conllevan la elección de un nuevo gobernante en la primera potencia económica del mundo, sino que simbolizan una lucha entre dos ideales de nación y gobierno y, por ende, de principios.
Alea iacta est.
Francisco Chica
Nippon News