DUELO DE TITANES EN EL SIGLO XIX: NAPOLEÓN VS PÍO VII
Napoleón Bonaparte fue un hombre con una gran ambición para convertirse en el hombre, ya no solo el más poderoso de Francia sino, más poderoso de Europa en todos los sentidos. De esta manera Napoleón se topó con el papa Pío VII. Hoy vamos a repasar la historia de estos dos hombres entre 1801 y 1814.
Primeros encontronazos
En 1801, el cónsul Napoleón sabía de la importancia del catolicismo en Francia y decidió firmar un concordato con la Santa Sede para ganarse el apoyo de la mayoría católica del país y para recuperar unas relaciones con el papado muy deterioradas tras los incidentes de 1797 en las que los revolucionarios franceses entraron en Roma y se llevaron deportado al papa de aquel momento, Pío VI y que, a raíz de ese secuestro, el cardenal Chiaramonti, pariente lejano de Pío VI, fue elegido en Venecia como nuevo papa bajo el nombre de Pío VII. De esta manera, Napoleón y Pío VII, a través del cardenal Consalvi, firmaron un concordato en el que Francia declaraba el catolicismo como religión de la gran mayoría de los franceses, que no la religión oficial del país, y se abolió el calendario revolucionario que fue remplazado por el calendario gregoriano. Al mismo tiempo, pero, la Iglesia aceptaba que el primer cónsul de la República pudiera nombrar arzobispos y obispos que, además, debían jurar fidelidad al Estado y que el Estado era el encargado de pagar el salario del clero que también debía jurar fidelidad al Estado francés. Por si no fuera suficiente capitulación por parte del papado, este debía renunciar de manera definitiva a las tierras que le fueron confiscadas a la Iglesia durante la Revolución. Suponemos que el papa Pío VII vio como mal menor todas esas concesiones si, a cambio, la Iglesia católica recuperaba su presencia en Francia. Caso error para el Papa, ya que solo un año después, Napoleón promulgaba leyes, como cónsul vitalicio y virtual dictador de Francia, que subordinaban del todo a la Iglesia francesa al Estado (a él) y limitaban la figura del Papa en el territorio en su más mínima expresión y, para rematarlo, vendría la coronación.
El 18 de mayo de 1804, Napoleón Bonaparte fue proclamado por el Senado como emperador, pero no sería hasta el 2 de diciembre del mismo año en el que sería coronado como tal. Durante ese tiempo, Napoleón superó la idea de acabar con la influencia de la Iglesia en Francia para querer acabar con la influencia de la Iglesia en Europa y substituirlo como autoridad. Finalmente, Napoleón obligó a Pío VII a que fuera a Francia para la coronación y, en la catedral de Notre Dame, Napoleón humilló públicamente al Papa cogiéndole la corona imperial y autocoronándose y coronando él a su esposa Josefina Beauharnais como emperatriz. Después de eso, Napoleón trató de retener a Pío VII e intentó convencerlo de que se estableciera en Aviñón o en París con la intención de pasar la sede del papado a Francia y minimizar su poder, pero el Santo Padre se negó. Esta rivalidad iría in crecendo hasta 1808.
La gota que colmó el vaso
Tras su victoria sobre los imperios austríaco y ruso en la batalla de Austerliz en 1805, Napoleón conseguía adueñarse de las repúblicas, ducados y demás territorios del norte de la península itálica y que unificó como el Reino de Italia que pasaba directamente a ser de Francia. Con este gesto, el Papa se quedaba sin protección ante el emperador, pero, aun así, siguió sin arrodillarse ante él.
Finalmente, en febrero de 1808, el general Françoise de Miollis le pidió al Papa acceso a Roma para ir hacia el Reino de Nápoles (que era de Napoleón desde 1806) para ir a luchar contra los ingleses que estaban atacando Nápoles. Sin embargo, el plan real de Napoleón era entrar en Roma para quedarse con los Estados Pontificios porque el papa Pío VII se negó a participar en el bloqueo continental que el emperador tenía frente a los ingleses. El Pontífice lo sabía, pero no opuso resistencia mientras que se retiraba al palacio del Quirinal protegido por la Guardia Noble y la Guardia Suiza. Napoleón acabaría anexionándose los territorios papales entre 1808 y 1809. De todas formas, el emperador dejó a Roma como ciudad libre imperial y dejó al Santo Padre seguir residiendo en Roma con un sueldo anual de dos millones de francos, mientras seguía intentando convencer a Pío VII de que trasladara la sede papal a Francia. Cosa a la que el Papa siguió negándose. El Pontífice, a parte, seguía negándose a aceptar el sueldo y a darle apoyo explícito en su guerra con Inglaterra y, como represalia, Napoleón vació las arcas del Vaticano por la fuerza.
Esta fue la gota que colmó el vaso para el Papa que promulgó la bula Quam memorandum donde, sin mencionar explícitamente a Napoleón, excomulgaba a todos los que habían atacado los derechos y patrimonio de la Santa Madre Iglesia. Esta bula provocó disturbios en Roma contra la ocupación francesa que fueron rápidamente reprimidos. Ante este ataque a su autoridad, Napoleón ordeno a de Miollis que detuviera al Papa. La detención sin resistencia se llevó a cabo en la madrugada del 5 al 6 de julio por parte de un millar de soldados, policías y reclutas de la Guardia Cívica de Roma dirigidos por el general de la gendarmería Étienne Radet. Radet ordenó al pontífice a anular la excomunión de Napoleón y a que renunciara a su autoridad sobre los Estados Pontificios; cosa que Pío VII se negó en rotundo a hacer. Con 67 años, el Papa fue detenido y emprendió un viaje desde Roma hasta Savona, cerca de Génova, para ser encerrado allí. Durante el camino, el religioso hasta sufrió una caída en la que se hizo algunas magulladuras y rasguños. Finalmente, Pío VII llegaba a su cárcel de Savona; en la cual estuvo hasta la primavera de 1812. Durante ese tiempo, Pío VII fue bien atendido y entabló amistad con su carcelero, el prefecto de Montenotte, Antoine Brignole-Sale. Además, siguió negándose a apoyar a Bonaparte, a los dos millones de francos e incluso ni a reconocer el divorcio del emperador con su esposa Josefina ni su nuevo matrimonio con María Luisa de Austria.
El fin de la lucha
En mayo de 1812, por miedo a que los ingleses llegaran a liberarlo, Napoleón ordenó el traslado del prisionero hacia el palacio de Fontainebleau. Pío VII se embarcó en otra larga travesía en la que, pasando por los Alpes, casi muere por enfermedad. En enero de 1813, Napoleón visitó al Papa para convencerlo de firmar un nuevo concordato en el que el Pontífice renunciaba a su soberanía sobre sus territorios a cambio de nada y era obligado a vivir en Francia. Pío VII firmó el acuerdo el 25 de ese mes, pero por arrepentimiento y aconsejado por ayudantes, se retractó por carta dos meses después. El 23 de enero 1814, tras su derrota en la batalla de Lepzig, el Emperador de los Franceses decidió liberar a su prisionero porque creía que sus últimas derrotas militares eran causa de la ira de Dios, aunque rápidamente lo volvería a encerrar y a llevarlo de un sitio para otro hasta que fueron las tropas austríacas de Francisco I quienes lo liberarían de las garras napoleónicas en Parma.
El 24 de mayo de 1814, el papa Pío VII regresaba de manera triunfal a Roma mientras que Napoleón se exiliaba en la isla de Elba, y aunque sabemos que este no fue el final definitivo del general, si sabemos que era el fin de una batalla entre dos de los grandes señores de Europa a principios del siglo XIX: Napoleón Bonaparte, Emperador de Francia, y Pío VII, figura máxima del catolicismo y señor de los Estados Pontificios.
Carlos Llanas