Hoy al fin me he decidido a hacer una de esas cosas que, no se porqué, siempre pospongo al máximo; la ITV del coche.
Me da una pereza horrible, además de que me levantan 50 euros de vellón por la cara y empezar el día soltando cincuenta eurazos no es precisamente un buen comienzo.
Otro motivo por el que supongo que la pereza es superior al miedo a la multa es porque, viviendo en Chamberí, yo suelo pasar la ITV en Rivas. No es tan raro. Yo tengo un amigo que vive en Guadalajara y sin ir más lejos, mi hermano, que vive en Paracuellos y siguen yendo a cortarse el pelo en Moratalaz, a la misma peluquería además. Esto debe ser que hacen corte de pelo con final feliz. Si no, inexplicable.
Pues igual de inexplicablemente, yo voy a Rivas a la ITV, como ya he dicho. Para alguien como yo, urbanita y de Madrid centro, ir a Rivas es como atravesar las llanuras de Siberia y los montes de Cherski. No me basta el GPS, que siempre me manda por un desvío a la derecha que no existe, lo juro. “ En cien metros, gire a la derecha “. ¿ que derecha ? si voy por el kilometro 15 de la puñetera A-3 y no hay una salida hasta hasta el 17. No me extraña que haya gente que siguiendo el GPS haya acabado en el fondo de un embalse.
Para prevenir esto, cuando llamo a pedir hora y me coge el teléfono una señorita de voz angelical, siempre le pido explicaciones para llegar. Y me las da. El problema es que mi nómina de neuronas está afectada por demasiados viernes y sábados de noches destructivas y cuando me pongo en marcha ya he olvidado absolutamente todo.
A pesar de ello, he conseguido llegar a la ITV Rivas confundiéndome de camino solo dos o tres veces y haciendo unos 15 kilómetros extra. De entrada, me pasa siempre, en la oficina no me encuentro con la chica de voz angelical, que debe estar teletrabajando, sino con un espécimen masculino con sobrepeso y una calva incipiente que cuando me ve entrar me mira como pensando “ ¿ que querrá este gilipollas ? “. Tras examinar los papeles como si le estuviera entregando la solicitud para la hipoteca de las torres Kio, me dice “ ve por la tres “, sin levantar la mirada siquiera.
Pues vamos allá. A la calle tres. El operario que te hace la ITV te indica, por señas, que te aproximes. Intermitente derecha, izquierda, todos, avance hasta los rodillos, todo ello aderezado con movimientos de brazos que no sabes si te está haciendo la ITV un mecánico o Eva Nasarre. Cuando por fin te dice que salgas y aparques y pases a por los papeles, has perdido kilo y medio.
Pues nada, a por los papeles. Ahora te darán la pegatina y hasta el año que viene. Pero no podía ser tan fácil. El tipo grueso de la oficina mira los papeles de nuevo y me suelta “ está bien, pero…”. Esta frase, pronunciada además con una sonrisa de medio lado, te hiela la sangre. El hombre mira hacia un lado, además, como si estuviera buscando la escupidera para esputar el tabaco de mascar. Se jodió el viernes.
“ Esta bien, pero no te podemos pasar la ITV porque el coche lleva el anticongelante bajo “. ¿ Como ?. ¡ Si hace treinta grados a la sombra !. En ese momento, sientes no tener a mano el Magnum Smith & Wesson del 44 de Harry el sucio para congelarle a él el ánimo. Alégrame el día y repíteme que no me pasas la ITV, si tienes huevos.
Pues nada. Ante la falta de revolver, coges los papeles y te vas por donde has venido. El lunes, otra vez a Rivas.
Entre la decepción y la estupefacción enfilo de nuevo la A-3, esta vez dirección Madrid pensando en el tipo de la ITV y en sus parientes cercanos. De repente, la carretera se vuelve grava, la grava arena y la arena barro. No, no es una metáfora, es real.
Lo cierto es que venía conduciendo de forma automática, como si estuviera repasando el argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury y me he debido equivocar de desvío.
Parece una equivocación sin importancia hasta que diviso a un anciano en zapatillas de casa que acompaña a un burro, si, un pollino, que tira de una bañera de esas antiguas cargada de chatarra. Entonces me doy cuenta de que la equivocación es bastante importante y he terminado en la Cañada Real. Para el que no conozca este sitio, es una especie de supermercado, que digo supermercado, es el Cobo Calleja de las sustancias ilegales.
Vuelvo a echar de menos el Magnum, pero esta vez de verdad. Aún así, me armo de valor y aproximo el coche al anciano que así, visto en la distancia, parece bastante inofensivo. Estoy a punto de bajar la ventanilla cuando el hombre se gira y me mira a la cara a través, afortunadamente, del cristal.
¿ Como describirlo ?. El hombre no era precisamente el abuelo de Heidi. Para que lo entiendan. Si yo me encuentro a este hombre en un callejón oscuro, le doy la cartera y me corto el cuello, para no sufrir.
Por un instante, me invade el miedo de que la orden que mi cerebro le está enviando a mi dedo de no pulsar el botón del elevalunas no llegue a tiempo. Por unas micronésimas de segundo, en las que veo pasar toda mi vida por delante de mis ojos, dudo que aún esté a tiempo de no bajar la ventanilla. Afortunadamente, mi conexión neuronal funciona en esta ocasión y cuando me rehago, meto primera y salgo quemando rueda, que no se si el que se ha cagado en mi madre a voz en grito ha sido el viejo o el burro.
Encontrarte en estas circunstancias, en un descampado sin señalización ninguna buscando desesperadamente una forma de volver a la civilización, mientras piensas “ aquí morimos” y de repente ver un coche de la policía nacional es como cuando estás en la carnicería del Maravillas y llega tu número. De cualquier modo, el coche me da las largas para que me pare, cosa que yo iba a hacer seguro de motu proprio. Así que bajo la ventanilla y doy las gracias al cielo, al policía y a su madre por haberlo parido, narrándole por qué estoy allí no vaya a pensar mal. De cualquier modo, piensa mal.
“ De acuerdo. Bájese del coche y déjeme la documentación ”.
“ A ver. Todo está bien, pero… voy a tener que sancionarle. No ha pasado la ITV “.
Julio Moreno