A veces, te despiertas una mañana, o una tarde y han pasado 27 años de vellón.
Yo hice la mili en el año 1993. Para los millenials, hace mucho, mucho tiempo en un universo muy, muy lejano.
Entonces gobernaba España un señor llamado Felipe González, cuando a los políticos, incluso a los rivales, aun se les podía llamar señores. Con decir que acudían al congreso con traje y corbata. Hasta los comunistas. Increíble, oye.
Este universo del servicio militar se ha perdido para siempre, llevándose por delante la oportunidad única de que nuestros hijos se lleven las dos hostias que tanto necesitan, en el sentido figurado y en el literal, más aun. Yo firmaría inmediatamente un contrato para que mis tres hijos fueran llamados a filas. Si no tuviera a mano un bolígrafo, creo que lo firmaría incluso con mi sangre.
La gran mayoría de los problemas de la España actual, del mundo diría, incluso del Universo, derivan de esas hostias a pares que quedaron en el limbo, que debieron ser y no fueron. A veces me pregunto ¿estamos a tiempo?, pero me temo que la respuesta es no.
Como dice uno de mis más preciados y antiguos amigos, odio el siglo XXI.
Me acuerdo de cuando íbamos al colegio. De entrada, en mi colegio salíamos al recreo directamente a la calle. Si, como lo oyen. Críos de 12 años solos a la calle. Que temeridad. Y cuando llovía, pisábamos el barro y todo.
Supongo que si un niño de doce años sale hoy al patio y encuentra barro pide una bolsa al bedel para recoger muestras, como si hubiera llegado a la luna en el Apolo XI.
Lo peor no era el barro. Cuando se preveía que podía llover, siempre había algún avispado que se llevaba la lima. La lima, instrumento sagrado que aseguraba un recreo de diversión viviendo al límite.
Si algún millenial está leyendo esto y no tiene ni idea de para que usábamos la lima, que lo busque en google. Bastante es que no hagan la mili como para que yo se lo dé todo hecho.
Si un niño de doce años se llevase ahora una lima a clase, supongo que pondrían en marcha un protocolo de evacuación. La temeridad le costaría la expulsión aeternum. No digamos ya si se la clava en un pie a un compañero, cosa no tan rara en mis tiempos. Guantánamo.
Yo tenía una escopeta de perdigones, de esas de aire comprimido, y los viernes por la tarde salíamos al balcón a cazar gorriones. Alguna lagartija solía caer también.
Si uno de mis hijos hiciera eso hoy en día, lo de Lee Harvey Oswald con su fusil Carcano M91/38 en Dallas no sería nada para la cobertura del suceso. Ferreras abriendo su informativo con “ francotirador siembra el pánico en Madrid” iba a ser poco. Los de antena 3 lo sacarían en la sección de deportes, no me pregunten por qué.
Había otra cosa que hoy probablemente activaría la operación jaula de la guardia civil. Los niños no nos poníamos el cinturón en el coche, simplemente porque los asientos de atrás no llevaban cinturón, buscadlo en google, millenials. ¿ Para qué?. En caso de choque frontal, ya te paraba el asiento de tu padre, que sí llevaba cinturón.
Lo de las sillas de sujeción Isofix quedaba para viajes espaciales, que entonces estaban también de moda.
Yo he ido todo el viaje a la playa durmiendo en el asiento de atrás, con la jaula del hámster y mi hermano en la bandeja. Y eso que se dormía en Ocaña y se despertaba en San Javier, el cabrito. Entonces eso eran siete horas mínimo. Que capacidad. Y todavía preguntaba “ ¿ cuanto queda ? “.Estrangularlo era poco.
Yo, que no podía dormir en el coche ni con dos Valium, me había pasado las siete horas oyendo a Mocedades y leyendo Mortadelos. Si no acababas como Jack Nicholson en alguien voló sobre el nido del cuco, poco faltaba.
Otra cosa muy del siglo XX eran esos columpios de hierro, a los que se añadían picos y bordes cortantes que no aparecían en el diseño inicial.
Si, sin duda lo hacían aposta. Creo que esto formaba parte de un proyecto para que los niños de entonces nos convirtiésemos en una suerte de espartanos capaces de soportar cualquier tortura, por si nos invadía una potencia extranjera, por ejemplo Portugal.
O a lo mejor solo querían prepararnos para la mili. De vez en cuando te abrías la cabeza, pero, ¿y lo que molaba?. Te llevaban al médico del cole y te ponían la antitetánica, para luego coserte sin anestesia. Rambo era una nenaza comparado con eso. Igual ligabas y todo.
Pues a pesar de todo eso, la mayoría hemos llegado a adultos. Por desgracia, casi a viejos. Por eso tenemos la sensación de que nosotros con el coronavirus nos aliñamos la ensalada, como si nada.
Habrá que tener cuidado, no vaya a ser que sobreviviéramos a Chernobyl y ahora nos mate uno tosiendo en la cola del Lidl.
Da miedo pensar que dentro de muy poco, incluso ya, nos gobernarán tipos y tipas que no habrán pasado por todo esto.
En cualquier caso, fuimos felices. Nunca he disfrutado tanto un desayuno como los sábados de mi niñez, con esas tostadas de pan de ayer y mi colacao, en pijama, en el sillón de casa, viendo la bola de cristal.
Julio Moreno Lopez