Muere José Manuel Caballero Bonald, el último insurrecto
José Manuel Caballero Bonald naufragó dos veces. Una leyenda marinera advierte que en la tercera se alcanza la inmortalidad.
Prefirió no confirmarlo, aunque tentó muchas veces a la mar.
La literatura, el flamenco y el mar fueron los tres costados de su biografía, tan ancha, tan rica de aventura, cerrada hoy, a los 94 años.
Penúltimo testigo de la Generación de poetas del 50, Caballero Bonald se acondicionó a lo ancho del tiempo como un ciudadano de vocación insurrecta, de compromiso cívico y de avatar político. Desde sus primeros años de universidad, en Sevilla, donde estudió Filosofía y Letras, asumió un compromiso político desde el que mantuvo vínculos muy activos con el Partido Comunista (sin llegar a la militancia) y que antes de la muerte de Franco remató en su adscripción a la Junta Democrática de Dionisio Ridruejo.
De ahí la alerta incesante ante el presente y la necesidad de encontrar alojamiento en las transgresiones del idioma para decir a su manera los agravios de otro modo. José Manuel Caballero Bonald era el penúltimo miembro que quedaba de la escudería fundacional de la Generación del 50, junto a Francisco Brines.
(También mantiene el pulso poetas coetáneos como Julia Uceda, Antonio Gamoneda o María Victoria Atencia).
Las dos últimas décadas en la vida del autor de Descrédito del héroe tienen algo de insólito por la ingente obra que fue estrenando desde que sobrepasó los 70 años, como revivido por la vejez. La semilla de ese último tramo de poderosa escritura fue un libro insurgente: Manual de infractores (2005). Y a partir de ahí, La noche no tiene paredes (2009), Entreguerras (2012) autobiografía en verso y Desaprendizajes (2015).
Despuntó en 1952 con Las adivinaciones (Premio Adonais). Perteneció a una familia singular instalada en Jerez, de padre cubano y madre de ascendencia en la aristocracia francesa. Su infancia tuvo tres descubrimientos esenciales para llegar a ser quien quiso ser: la literatura, el flamenco y el mar. A los que sumó el Coto de Doñana como territorio mítico que impregnó buena parte de su obra.
Estudió Filosofía y Letras en Sevilla (entre 1949 y 1952) y Náutica y Astronomía en Cádiz. Después de pasar unos años en Madrid, casado ya con la mallorquina Pepa Ramis, en 1960 marcha a Colombia contratado como profesor de Literatura Comparada en la Universidad Nacional en Bogotá.
Allí nació su primer hijo y escribe la primera novela, Dos días de septiembre (1962), con la que gana el Premio Biblioteca Breve. Le seguirán, ya de vuelta a España, Ágata, ojo de gato (1974), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y Campo de Agramante (1992).
Entre España y América gesta una manera distinta de escribir, de leer, de enclavijarse al idioma. Y, a la vez, ensancha la conciencia crítica de la que ha hecho vida y labor propias.
La del 50 fue una generación principalmente poética. Narradores y dramaturgos iban por otra senda para la que Carme Riera encontró el más certero de los lemas en un ensayo sobre el ramal catalán de la generación: partidarios de la felicidad. De algún modo, más allá del vapuleo de quienes nacieron antes de la Guerra Civil y sufrieron sus consecuencias, aquel fue un grupo lúdico y bebedor, noctámbulo y festivo, cómplice y desigual, que estableció nuevos códigos poéticos en España.
Caballero Bonald fue uno de los jefes de expedición de aquella aventura junto a José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Ángel González, Francisco Brines y Gabriel Ferrater, entre otros. Y gozó de ellos, del tiempo compartido, de las noches prolongadas hasta donde la luz asoma. La amistad era firme y los vínculos poéticos escasos.
Caballero Bonald siempre fue consciente de que la mejor manera de hacer camino en la escritura era emprender la senda a solas. Y en esa certeza se aplicó hasta el final. Es el más extraño de los poetas del 50. El de orígenes y modelos intransferibles. El más refractario a la comunión de grupo. Toma tragos de solitario en aguas sin marcar. Tiene el surtidor en el lado del barroco, pero antes también en los cala caladeros del prerrenacimiento, con Juan de Mena y el Laberinto de fortuna como mapa de ruta.
En el penúltimo de sus libros de poemas publicados, Entreguerras (2012), trazó estos versos: «Escribo una vez más la gran pregunta incontestable: ¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?». Tenía entonces 86 años y mantenía una asombrosa exigencia en la escritura, hecha de una lucidez afilada que no tenía por costumbre bajar la guardia.
Así sucede con el último de sus libros publicados, Examen de ingenios, una deslumbrante biografía de afectos y desafectos a través de algunos creadores con los que coincidió a lo largo de su siglo de vida. Lo publicado en 2017, con 91 años, ya a partir de entonces escogió mantenerse ya un poco al margen de todo, entre su casa Madrid y la de Sanlúcar de Barrameda, advertido del mundo por la lectura de periódicos y las largas conversaciones con algunos amigos.
Caballero Bonald es un poeta expresivo rodeado de silencios. No aceptaba la vejez como emboscada ni la edad como huida. La lucidez era su mejor escudo. Se mantuvo soliviantado con el presente y de ahí también sale su escritura. Asumió el hecho poético como condición para soportar el desencanto, los límites de las cosas y de los hombres. Y con esa sospecha anticipada se puso a escribir su último libro de poemas, Desaprendizajes , al borde de los 80 años. Poemas dispuestos en prosa que son una expedición más extrema aún que la emprendida en dos de sus libros principales: Descrédito del héroe (1977) y Laberinto de fortuna (1984).
Los poemas de Caballero Bonald no son nunca argumentativos. No vienen a contar nada, sino a expresar lo no contado, aquello que aún queda por decir, lo que sucede en las poderosas regiones del ánimo, del estupor, del rechazo, del insumiso malestar, del asombro, del amor. Emergen de una concepción de la poesía que no acepta el fanatismo de lo real. Como sostiene Luis Antonio de Villena, llega por la distorsión del discurso a su respiración natural, a su hondo flujo.
La noche y el mar son dos de sus símbolos predilectos. Pero también el incauto desnivel que va de la vida a la vida, enunciado desde las consideraciones de quien traslada la experiencia a lengua y a totalidad. Eso es lo que hace que su poesía manifieste un imaginario pleno de vigor. También su intensa obra narrativa y su aventura memorística, reunida en un solo volumen con el título de La novela de la memoria.
El suyo es un vigor de pensamiento lírico y alucinación, reverso de la normalidad, aquello que hace del poema una práctica inédita y una fuga, un tránsito imprevisible que anula la banalidad circundante y renuncia a las soluciones pretendidamente morales. Pero Caballero Bonald tampoco actúa como un moralista, sino que anda más cerca del traductor de perplejidades. Eso es, entre otras muchas cosas, lo que lo hace presente, moderno, cercano.
La última etapa de su obra poética está hecha de libros de insubordinación y memoria. De fervor insólito. Y manifiesta un voluntario desprecio por las costumbres despreciables, pero a la vez abundante en los arraigos de la mejor poesía. Aquella que «se suscita a sí misma, se propaga a sí misma, se redescubre a sí misma», por decirlo con Pere Gimferrer. La relación del poeta con el idioma es conflictiva y no esquiva el desafío. En este sentido, la poesía de Caballero Bonald es una contraorden necesario al estrecho cerco realista, ya la vez una exigencia fabulosa, de tono y singularísimo, de emoción reveladora, no sólo como estímulo, sino como actitud y redefinición de la vida, de lo real. Y eso nos abruma de autenticidad. El poeta no refleja, recrea. Exhibe, muestra, enseña. Nunca calca. En Diario de Argónida dice que «evocar lo vivido equivale a inventarlo».
Su escritura es una invitación a pensar de otro modo. A sentir sin miedo la dinamita de las emociones, de las indignaciones. Le debe al flamenco mucha de su potencia expresiva. Y los lectores y amantes de esa expresión, un libro memorable: Luces y sombras del flamenco (1975), además del Archivo del cante flamenco, trabajo discográfico publicado en 1968 por el sello Vergara. El cante sus voces atávicas fueron, para el autor de Dos días de septiembre, como una lumbre de vida que sólo es posible repasar con la ansiedad con que se escucha el crujir de los voltios en un transformador de gran potencia.
José Manuel Caballero Bonald fue el chamán que no perdió la hermosa desenvoltura de mirar más adentro de las cosas y todo aquello que cifra a un hombre en su atavío de máscaras. Tejiendo y destejiendo su identidad. Sus demonios. Sus desvaríos. Sus certezas. Sus pasiones. Sus desafectos. Su silencio de bosque consumado. Su maciza levedad. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible por no golpearse, como adivinó Georges Perec. Y Caballero Bonald lo sabía. Y Caballero Bonald lo exploró. Y con esa sospecha anticipada nos abrumó de autenticidad