Europa is ‘blue’. El Chelsea se coronó campeón de la Champions para gloria de su técnico, Thomas Tuchel, que en unos meses ha convertido a un equipo deprimido con Lampard en uno brillantemente señalado como el mejor del continente.
Un español, César Azpilicueta, levantó al cielo de Oporto un título que corona a los de Abramovich y vuelve a rodear de decepción a Guardiola en su intento por ganar esta competición. Para semejante gesta, Tuchel ha dejado por el camino a Simeone, Zidane y le propio Pep. Casi nada.
En la pizarra de O Dragao triunfó el alemán sobre el español, no hay duda. Guardiola sorprendió al no poner ni un mediocentro ni a un delantero. Lo de prescindir del nueve lo venía usando; lo de jugar sin hombre ancla fue un riesgo, sobre todo ante un Chelsea arrollador a la contra. Su idea de ahogar desde la presión, con Foden más centrado, como en la segunda parte en París, no redujo los devastadores ataques al espacio del Chelsea. Tuchel juntó a Havertz con Werner, lo que permitió que cada salida fuera como una estampida.
Cualquier delantero con un mínimo grado de inspiración hubiera aprovechado los errores de Stones, tierno como no se le había visto esta temporada, pero Werner está para agitar y no para mirar demasiado a portería. Las dos veces que lo hizo reflejó una desconfianza alarmante. No se puede jugar con esa falta de convicción una final de Champions.
El City no encontraba a De Bruyne, olvidado a su suerte en el dibujo, y apenas llegó una vez con peligro con un balón largo de Ederson a Sterling, la novedad principal de Guardiola y al mismo tiempo la mayor decepción. En el combate entre combinación y empuje, fue ganando sin duda lo segundo, aquello que con Tuchel ha caracterizado al Chelsea. Las vigilancias atrás estaban controladas, incluso sin Thiago Silva, que cayó lesionado, y en cualquier martillazo podía aturdir el equipo de Tuchel a un City sin mapa.
Lo logró al borde del descanso, en un ejemplo más de que al fútbol actual se llega por la ruta más corta. Cinco toques necesitó el conjunto blue para trasladar el balón de su portería a la contraria. Agitó su varita Mount con un pase medido, Werner abrió en canal a la defensa con un desmarque de ruptura y Havertz hizo aquello por lo que el Chelsea pagó 80 millones, marcar los goles de los días importantes.
El partido se afiló
Ir por detrás en una final es grave, pero si enfrente está el Chelsea lo es mucho más. Los de Tuchel se pusieron en ‘modo yunque’, replegaron varios metros, cerraron pasillos y sacaron el paraguas. Nada nuevo, pues con ese método lograron reducir a la nada a Atlético y Real Madrid en esta misma competición.
Guardiola, reconociendo así su error en la alineación, alteró todo con media hora aún por delante. Aprovechó la lesión de De Bruyne para meter un nueve de verdad, Gabriel Jesus, y puso un mediocentro defensivo, Fernandinho, pese a que lo que necesitaba era marcar. Se acercó a ese objetivo en un disparo que dio en el brazo de James previo rebote. Mateu, muy bien toda la noche, no pitó nada.
El City fue moviendo y moviendo la peonza, aunque sin peligro. El Chelsea disfrutaba en el sufrimiento, en la agonía del balón dividido. En ese contexto se hizo gigante Azpilicueta, el mejor defensor español de la actualidad, inconmensurable en un corte sobre la línea y en cualquier balón colgado al área.
A la falta de espacios en ataque, el City sumó el miedo a que en una contra el partido se acabase. Tuchel lo vio también y metió a Pulisic en busca de sangre. A las primeras de cambio pudo morder en la yugular, aunque su definición en el mano a mano ante Ederson su fue fuera.
A Guardiola no le quedó otra que quemar sus naves tirando de Agüero, la leyenda del club en busca del gol que condujera a la prórroga. Necesitaba el City ese empujón del destino que diferencia a los equipos campeones, un giro que se le ha resistido a Pep desde que se fue del Barça, desde que se despidió de Messi, en realidad, desde aquel gol de Iniesta en Stamford Bridge que no se ha vuelto a repetir para él en la Champions. Tampoco esta vez, para gloria de un Chelsea llevado a la eternidad en pocos meses. El Súper Chelsea de Tuchel. El nuevo rey de Europa.