¿Qué pasó con el cambio en Venezuela?
Pasan los años y no se produce ningún movimiento real. Sesudos analistas de la oposición perviven afirmando sobre enroques y cambios tan sutiles que solo sus avezadas mentes son capaces de develar. Pero para la mayoría de las personas, la transición democrática fue otro espejismo que, como el dorado, se cobró vidas que difícilmente podrán ser honradas por el escenario perfilado.
Hablamos en otra oportunidad de un juego de poder que se desarrollaba a lo interno del oficialismo hegemónico en Venezuela.
La realidad parece haber dado la razón a aquellas afirmaciones. Entonces, se popularizó entonces la idea de ese quiebre impostergable, fractura que, como la Falla de San Andrés, llegaría para derrumbar el monolito chavista.
Pero finalmente no se agotó el chavismo, sino que logró sobrevivir a sus peores momentos. Hoy, sin estar asentado definitivamente, sí que parece haberse consolidado en una nueva fase.
La crisis persiste, pero se vive de diferentes formas. La dolarización, que se convirtió en un salvavidas para millones, llegó para quedarse.
Tener bolívares pasó de ser un suicidio a una rareza. Quienes estamos fuera vemos sorprendidos el nivel de lujo que se abre paso entre una minoría de nuestros compatriotas.
Pero el chavismo sigue allí, incólume, haciéndose la vista gorda con el surgimiento de una pequeña clase de comerciantes y empresarios que de alguna manera logran sortear la imposibilidad de futuro que es Venezuela.
Quizá viendo el beneficio que le reporta una mejora sutil en las condiciones de vida, el chavismo prefiere ignorar o compaginar sus negocios allí donde puede.
Desde afuera llegan los recursos necesarios para sostener mal que bien a otra parte de la sociedad, mientras que el grueso de la población subsiste con ingresos que lucen ridículamente insuficientes para el costo de vida.
Sin embargo, lo que más llama la atención sobre esto es la enorme calma que se percibe. Las protestas persisten, la gente reclama el apoyo de un gobierno que todo prometió, pero nada cumplió. Así, las manifestaciones críticas con el gobierno suben en número, pero pierden fuerza. Ya no se convierten en ríos de gente, sino en pequeños focos fáciles de controlar.
Como si la desesperanza triunfara, el venezolano protesta hoy por una atención directa a problemas concretos del barrio, la urbanización, o alguna vía. Con una oposición totalmente desacreditada, descabezada por elección propia, parece imposible recuperar aquellas demostraciones de “fuerza” que eran las marchas.
Hoy no se sabe si el liderazgo lo ejerce un presidente Encargado que constitucionalmente ya no debería ejercer ese cargo. Tampoco parece ejercerlo su antiguo titiritero en el exterior, más dedicado ahora a girar por el mundo y posicionar a sus acólitos entre algunas burocracias foráneas.
En Venezuela sigue el antiguo líder opositor, doblemente derrotado, de forma sucia, pero derrotado al fin, que no da pie con bola. Ni hablar del chavismo-exchavista-no tan opositor, que da más pena por su incapacidad de convencer sobre su cambio de lealtades. Un país tragado por una crisis en todos sus niveles.
La gente ha terminado por normalizar la situación. El que no corrió se encaramó. Se produjo la cohabitación con un régimen siempre demasiado poderoso, que en cualquier momento puede derrumbar esa paz ficticia de la dolarización.
Quizá es que el chavismo entendió lo que al Partido Comunista Chino le tomó millones de muertos entender: ceder pequeñas parcelas económicas y mirar a otro lado, da mucho más que ganar.
Siempre se habla del bravo espíritu del venezolano, su irrenunciabilidad con la democracia. Pero las lecciones están ahí. Bastó que se aflojara un poco la tuerca y apareciera en escena el financiamiento internacional, para que el “bozal de arepa” recuperase su sitio histórico. Callo, porque como.
Por otra parte, quien tiene hambre, está a merced de cualquiera. No sería primera vez que esto le aportase un potencial transformador a los necesitados. Así, podría convertirse en un sujeto histórico de cambio, sin embargo, está más preocupado por sus impostergables necesidades básicas. Callo, porque tengo que encontrar la forma de comer algo.
Un chavismo normalizado, algo que también era adelantado por algunos desde hace mucho. Sin embargo, esos prohombres y mujeres intelectuales de la crema y nata nacional, obcecados por sus lealtades y compromisos financieros fueron incapaces, con todo su saber y formación, de verlo.
Como si aquello de cambiar al país y crear al hombre nuevo solo fuera un delirio, las “mejores mentes” de Venezuela menospreciaron sistemáticamente el peligro. Arrogancia de la más peligrosa, la intelectual.
¿Qué pasó con el cambio? Se lo tragó la crisis. La gente no está ya interesada en grandes transformaciones políticas, quiere otro tipo de cambio.
Con avidez persiguen ese nuevo estilo de vida, accesible para todos a simple vista, pero que depende de su abandono de toda curiosidad política. Hoy hay hambre también de mejora económica, pero en clave de no esperar que llegará desde un cambio gubernamental.
¿Podría estar surgiendo muy a pesar del chavismo un nuevo tipo de venezolano, proclive al sistema de libre empresa? Parece pronto para adelantarlo, aunque sí resulta evidente que la gente ya no cree en las transformaciones políticas, o al menos no en los milagros que siempre se prometen desde partidos y liderazgos de distinta especie.
El venezolano promedio se cansó de esperar la magia democrática, porque nunca llegó. Solo le quedó una realidad de miseria y tuvo que reaccionar.
Así como otros tantos se han emparejado muy bien al nuevo sistema de reparto que terminó siendo la ayuda internacional, el venezolano sin palancas entre los despachos del poder tuvo que optar, y eligió comer. Llegó un cambio, pero no el que muchos esperaban. It’s the economy, stupid!
Eduardo Castillo
Sociólogo y Consultor