Cuba: crisis y salvavidas
Hace una década se hablaba de la impostergable transformación económica de Cuba. Un artículo de la BBC se hizo eco de ello, dando a entender de que la crisis económica -realidad infaltable en el día a día del país- había empujado al gobierno a dar algunos pasos atrás en el modelo que desde 1959 se impuso en la isla. Con la presidencia de Trump volvieron las sanciones y el “bloqueo” recuperó el protagonismo de la excusa predilecta para validar el empobrecimiento nacional cubano.
Muchos intelectuales rechazan el sistema de comercio mundial por su supuesta predisposición a generar dependencia en los países menos desarrollados. Esta fue la causa por la que algunos recomendaron transitar hacia una economía planificada que rompiera las cadenas de la mono-producción y dependencia con las metrópolis capitalistas. En 1959, cuando los revolucionarios cubanos entran a La Habana, se inicia un proceso en el que la isla lo intentaría.
Para ello, se elaboraron los típicos planes de desarrollo, que se apalancaban en una oleada de expropiaciones y la eliminación del concepto de propiedad privada. Sin embargo, esta decisión no redundó en una mejora en la calidad de vida o la economía del país y sus ciudadanos. La dictadura cubana, se convirtió en el propietario absoluto de todo lo que hubiera en la isla. Ejemplo de ello, la famosa Ley Escudo, artificio por el que en 1960 se ordenó la expropiación forzosa de todas las empresas y bienes de las personas jurídicas nacionales de los E.E.U.U.
Cuba estaría casi 1 década experimentando -y fracasando- con su planificación central tropical hasta que, a principios de los 70 se integró al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). El CAME fue un instrumento de sustento y control instaurado en el bloque comunista. La revolución, incapaz de solventar el fracaso productivo, había encontrado su salvavidas económico. Fue un negocio redondo, porque esa dependencia económica tuvo una incidencia política moderada. La distancia impedía un control total soviético o una ocupación al estilo de Checoslovaquia.
Pero Cuba resultó ser un costosísimo aliado para la U.R.S.S. Se estima que la Unión Soviética aportó al régimen comunista cubano cerca de 120 mil millones de dólares, solo en subsidios. Súmese a ello el sinfín de ayudas y trato preferencial que otros países del CAME prestaban. Ello se aprecia en el Gráfico 2 con claridad en el repunte económico de crecimiento per cápita a partir de 1971, una
tendencia que no se frenará hasta 1989. Jrushchov, Brézhnev, Andropov, y Chernenko, sostendrían por años ese apoyo a Cuba que Gorbachov eliminaría.
Para el castrismo, y gran parte de la izquierda mundial, la caída de la U.R.S.S. fue la peor de las noticias. Al quedarse sin sus subsidios, créditos blandos, inversiones, y técnicos, Cuba despertó a su realidad más dura: sin ayuda del CAME no tenían ni para comer. Durante los años 90, el régimen se vio obligado a apretarse el cinturón y el hambre se instaló en los estómagos del ciudadano común.
Sin embargo, a finales de esa misma década llegaría un segundo salvavidas: Venezuela. En 1998 se había elegido un nuevo presidente, Hugo Chávez, quien antes había visitado la isla de Cuba para entrevistarse con Fidel Castro. Ya el 30 de octubre del 2000 se firma el Convenio Integral de Cooperación con el que se inició la importación de petróleo venezolano a cambio de asesoramiento técnico. El castrismo encontraba así un apoyo inestimable que le permitía convertirse en exportador petrolero tal como sucedió antes con la ayuda soviética. Ese cambio es apreciable en el despegue del PIB per cápita a partir del año 2000.
Con o sin sanciones, el apoyo soviético primero y luego venezolano permitieron a los Castro sostener un país con una agricultura por el suelo, cuya producción más notable es la de tabaco y azúcar. Un país donde tampoco se cuenta con una industria potente que sea competitiva. Tanto así que ni la agricultura o la industria cubana son capaces de satisfacer las necesidades mínimas de su población.
El colapso económico venezolano obligó al régimen cubano a buscar vías alternativas para generar ingresos adicionales. Por eso, el acercamiento a la administración Obama que permitió a algunos consorcios poder aprovechar la tímida tregua que Trump acabó. Por eso también el reconocimiento de la necesidad de reducir los subsidios a las empresas estatales y servicios públicos. Sin olvidar que tras 60 años se entendía que había que dejar de pisar tanto el cuello de los cuentapropistas, término para referirse a la actividad privada.
Cuba no tiene que mirar a otro lado para entender su desgracia, esta empezó el día que un grupo de guerrilleros se hicieron con el gobierno en 1959. El embargo prohíbe comerciar con E.E.U.U., pero Cuba comercia con el resto del mundo. Lo que sucede es que al resto del planeta poco le interesan los escasos productos cubanos -salvo tabaco, azúcar, bebidas alcohólicas, y turismo-.
Además, el embargo se originó para prohibir la venta de armas al gobierno de Batista en 1958 -en beneficio de los guerrilleros, que entonces no se quejaban-, pero que fue ampliado en diversas oportunidades. En 1960, llega su primera ampliación, como penalización por las expropiaciones de la Ley Escudo. El resto es historia. Pero lo que nadie cuenta es que desde el año 2000 se relajaron las medidas y Estados Unidos exporta a Cuba alimentos, maquinaria y medicamentos.
La culpa del desastre en la isla la tiene el pésimo manejo económico. La construcción del socialismo exigió la ruina de todos los sectores productivos. Esa ruina que hoy se paga con hambre y desabastecimiento. Mérito indudable de los despropósitos causados por el gobierno y sus ministros guiados por interpretaciones tropicales del marxismo.
Cuba contó con miles de millones de dólares para salir adelante durante muchísimo tiempo. Hoy, en un gesto que luce ridículamente irónico, se retoma el argumento del embargo. Una nación gobernada durante tanto por comunistas que aborrecían el capitalismo, su comercio libre y el capital foráneo, reclama libertad de comercio e inversiones con la principal potencia capitalista del mundo.
Lo sorprendente es cómo nadie de los que esgrime ese argumento cae en cuenta de lo ridículo y contradictorio del mismo. Parece irreal, comunistas pidiendo a gritos libre comercio. Y gran parte del mundo, cómplice, víctima de una fascinación inexplicable con el castrismo y la revolución se presta para el circo.
Por cierto, conforme terminan de escribirse estas líneas el gobierno cubano anunció su decisión de «autorizar excepcionalmente y con carácter temporal, la importación por la vía del pasajero, es decir, del equipaje acompañante en el viaje, los alimentos, aseos y medicamentos sin límite de valor de importación y libre de pago de aranceles». Alta hipocresía la del régimen cubano y sus defensores.
Eduardo Castillo
Sociólogo y Consultor