China y Rusia en América Latina: ¿Oportunidad o Amenaza?
Si existe una región caracterizada por su potencial, inestabilidad y relativo atraso con respecto al resto del Mundo; esa es América Latina. La misma posee una ubicación y una historia que han influenciado notablemente su proceso de desarrollo: situada en el hemisferio occidental, al sur de Estados Unidos y al sudoeste de Europa y África lo que hoy llamamos Latinoamérica formó parte, en siglos pasados, de la compleja estructura política y comercial propia de los imperios coloniales europeos. Particularmente, España y Portugal.
En el siglo XIX, con la independencia de los nuevos Estados de América del Sur éstos pasaron a formar parte de la esfera de influencia de la potencia hegemónica de ese entonces: Gran Bretaña. Ésta desarrolló vínculos comerciales considerables con las excolonias peninsulares. Para graficar lo anterior, mencionaremos que, a fines de siglo, la República Argentina era, fuera de la Commonwealth, uno de los principales destinos del capital británico – sino el principal – en el extranjero y que aquella, a su vez, exportaba productos primarios tales como carne, lana y cueros al Imperio Británico en grandes cantidades.
Más adelante, ocurriría un cambio en la configuración del poder mundial: el Reino Unido sería desplazado como potencia hegemónica por los Estados Unidos de América. A ese respecto, algunos autores creen que Estados Unidos “destronó” a su antigua metrópoli en el período que va desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta el comienzo de la segunda. Esto se consolidaría una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, con el triunfo del bando aliado, y, más adelante, a partir de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1989 y 1991 respectivamente.
Paralelamente, América Latina se convertiría en un área de influencia directa de la política exterior norteamericana al punto de ser denominada como el “patio trasero” del país del norte. Es preciso recordar que lo último tiene antecedentes directos en la Doctrina Monroe – cuya máxima era ‘América para los americanos’ – siendo su objetivo declarado evitar la injerencia de las potencias europeas en el continente, y en el Corolario Roosevelt – proclamado por el presidente republicano Theodore Roosevelt en 1904 – el cual legitimaba la intervención directa de Estados Unidos en los países latinoamericanos, cuando éstos no cumplían ciertas “condiciones” impuestas por la potencia del norte. Así las cosas, lo anterior desencadenó múltiples invasiones a los Estados más próximos a Washington, se tradujo en una fuerte dependencia económica – especialmente, para los pequeños países centroamericanos y caribeños – con respecto al comercio bilateral con la superpotencia y obtuvo legitimación en el ‘soft power’ desplegado por “el tío Sam”, siendo la democracia y el libre mercado los principios rectores para los “atrasados” vecinos del sur.
Este escenario se mantuvo, con diferentes matices, hasta fines del siglo XX y principios del XXI; período en el cual diferentes gobiernos de izquierda, englobados bajo el término “socialismo del siglo XXI”, llegaron al poder en América del Sur. De éstos, caben destacar los casos de Hugo Chávez en Venezuela y de Luiz Inácio “Lula” da Silva en Brasil. No obstante, la ola populista se extendería por la mayoría de los países del subcontinente. Con la llegada al poder de gobiernos autoproclamados autonomistas, antiimperialistas y populares – lo cual podría encuadrarse en un nacionalismo de izquierda – el mismo inició un proceso de alejamiento, al menos en parte, del otrora vínculo privilegiado con la Casa Blanca. A su vez, bajo la administración de George W. Bush, esta última sufrió un cambio sustancial en sus prioridades de política exterior: los atentados del 11 de septiembre y la posterior ‘Guerra contra el terrorismo’ – impulsada por el citado presidente – relegaron a América Latina a un segundo plano en la agenda de la política exterior norteamericana.
Todo esto permitió el incremento de la presencia de actores globales, hasta entonces prácticamente ausentes, en territorio latinoamericano. En este caso, nos enfocaremos en dos de ellos: China y Rusia.
Y es que, la pérdida de interés de Estados Unidos en parte de su área de influencia más próxima fue capitalizada, en diferente forma y proporción, por Pekín y Moscú.
En el primer caso, la economía y el comercio son las variables fundamentales ya que China se ha convertido, recientemente, en un socio comercial de primer orden para la gran mayoría de las economías sudamericanas; relegando, parcialmente, a la superpotencia americana en ese rubro. Los vínculos comerciales entre el gigante asiático y los Estados de esta parte del Mundo son claramente asimétricos: el primero exporta, principalmente, manufacturas de origen industrial y, crecientemente, tecnología de punta mientras que los segundos se encargan de abastecer de materias primas y commodities al enorme mercado chino – el cual se encuentra conformado por 1.412.600.000 habitantes -.
Asimismo, son para destacar las numerosas inversiones chinas en infraestructura en América del Sur y Central; tales como puertos, carreteras o centrales hidroeléctricas. Lo anterior no es para nada sorprendente ya que, en esta área en particular, existen dificultades considerables como, así también, un potencial de crecimiento más que interesante. En ese sentido, merece un párrafo aparte el emplazamiento de una base con fines de investigación – según el gobierno chino – la cual, se sospecha, sirve a propósitos totalmente distintos a los anteriormente mencionados.
Y es que, la misma, ubicada en la provincia argentina de Neuquén, es considerada una base militar encubierta cuyos fines no están del todo claros. Así lo cree buena parte de la opinión pública, en sintonía con lo enunciado por ciertos especialistas del Pentágono en la materia. En mi caso, no considero creíble que una base de investigación ordinaria requiera la prohibición a la entrada de extranjeros – como estipula el convenio – y que la misma deba formar parte, legalmente, del territorio de la República Popular China. Esta base se encontrará activa por el período de 50 años, y no generará ningún beneficio económico para el Estado argentino.
Lo anterior no hace más que generar tensiones entre Argentina y, por extensión, América del Sur en sus relaciones con Estados Unidos y China. Más aún, si se tiene en cuenta la posibilidad – hoy remota – de un conflicto armado entre ambas potencias.
Por otro lado, la Federación Rusa – desde la llegada de Vladimir Putin al poder – ha incrementado sensiblemente su presencia en la región buscando, principalmente, ejercer alguna presión sobre su archirrival occidental ya que el mismo, a la cabeza de la OTAN, ha intensificado notablemente su influencia en el Este de Europa. Lo anterior representa, desde el punto de vista de los decisores rusos, una clara amenaza para Rusia y sus intereses nacionales.
Siguiendo esta lógica, el Kremlin desembarcó en América Latina y lo hizo, principalmente, mediante una destacada presencia en tres sectores: la venta de armas, la energía y las cuestiones de seguridad. De éstos, el primer y el segundo caso se corresponden con rubros en los que Rusia mantiene una cuota de poder global para nada despreciable: su poderío bélico, y armamentístico, la sitúan un escalón por debajo de los mismísimos Estados Unidos, mientras que sus recursos petrolíferos y gasíferos son la base de la reactivación económica experimentada por el país euroasiático en las primeras dos décadas del siglo XXI. En cuanto a lo relativo a seguridad y defensa, caben destacar la existencia de algunas infraestructuras militares y de acciones coordinadas con parte de los países de la región siendo Cuba, Venezuela y Nicaragua los aliados más estrechos de Moscú.
Como puede observarse, el enfoque ruso hacia las relaciones con la región dista mucho del chino: en este caso particular, la política y la seguridad son las cuestiones fundamentales a tener en cuenta. El comercio entre Rusia y América Latina, por otro lado, es comparativamente bajo frente a los intercambios comerciales entre esta última y las dos economías más grandes del Mundo: Estados Unidos y China. Según datos de la Universidad de Harvard, para el año 2019 las exportaciones de América Latina hacia Estados Unidos ascendían a 66.000 millones de dólares y las destinadas hacia China contabilizaban un total de 119.000 millones. En el caso de Rusia, éstas eran de 5.000 millones de dólares estadounidenses. Queda claro que, en términos netamente comerciales, Rusia está lejos de ser un socio importante para las economías latinas de América.
Ahora bien, llegados a este punto cabe preguntarse: ¿Está la región experimentando un cambio de paradigma en sus vínculos con Estados Unidos? ¿China y Rusia constituyen una gran oportunidad o una peligrosa amenaza?
En realidad, no todo es lo que parece. Debemos ser muy cuidadosos a la hora de responder estas preguntas. En primer término, no considero que América Latina esté sufriendo un cambio estructural en sí. En todo caso, el cambio es mucho más coyuntural de lo imaginable: la vinculación de los Estados latinoamericanos con la potencia del norte sigue siendo, a pesar de todo lo mencionado anteriormente, fundamental para un gran número de ellos. En especial, si hablamos de México y América Central. En ese sentido, resta ver si la influencia china en esta parte del Mundo logra consolidarse y plantear una alternativa seria al predominio estadounidense. En el caso de Rusia, todo indica que la misma no está en condiciones de lograr semejante cosa.
En cuanto a la segunda pregunta, se podría decir que la penetración de Estados autoritarios y muy corruptos en América Latina – como lo son China y Rusia – no es favorable a una región caracterizada por altos niveles de corrupción y por la emergencia de democracias defectuosas, regímenes híbridos y, en un puñado de casos, tiranías sangrientas con fachada democrática. Muy por el contrario, ambos socios estratégicos tienden a aprovechar la corrupción endémica y las necesidades insatisfechas de países vulnerables y en desarrollo, para insertarse en el resto del Mundo y lograr sus objetivos. Venezuela es, quizás, el mejor ejemplo de ello en la región.
Por otra parte, es innegable que tanto China como Rusia poseen mercados grandes y de interés para América Latina, además de servir como contrapeso a la, mayormente negativa, hegemonía norteamericana sobre ella. Entonces, desde mi punto de vista, la mejor alternativa – o posiblemente la única viable – sería beneficiarse, en términos económicos, del comercio con China y, en menor medida, con Rusia y aprovechar la capacidad de estas últimas en todo lo relativo al emplazamiento, y reacondicionamiento, de infraestructuras vitales para los países latinoamericanos sin que eso implique una sumisión de hecho a sus aspiraciones expansionistas – en el caso chino -, militaristas – en el caso ruso – y, a fin de cuentas, al surgimiento de una nueva relación de dependencia, pero, esta vez, con países extraños, y lejanos, a nuestra cultura y sociedad.
Damián Martínez. Instagram: @damian.mz